miércoles, 8 de julio de 2015

Los septenios de la vida humana

Los septenios de la vida humana


“Los años fluyen en el correr del tiempo,
dejando al hombre los recuerdos,
y en los recuerdos se entretejen para el alma,
el ser y el sentido de la vida.
Vivencia el sentido, confía en el Ser
y el Ser cósmico se unirá con el núcleo de tu existencia.”
Rudolf Steiner



Desde el punto de vista de la antroposofía, la vida está dividida en ciclos de siete años, marcados por eventos físicos y anímicos concretos. Rudolph Steiner (1861-1925), fundador de la antroposofía de la educación Waldorf, fragmentó el ciclo de vida en períodos de siete años, y que se circunscriben en tres grandes momentos: la maduración del cuerpo (desde el nacimiento hasta los 21 años); la del alma (desde los 21 hasta los 42 años) y la del espíritu (desde los 42 hasta los 63 años). 

Si bien el primer septenio es el que va a repercutir para siempre en la vida de una persona, cada septenio tiene una marca indeleble, dependiendo cómo cada persona concibe el mundo y convive con él. Cada etapa es una antesala al que viene.

Primer septenio (0 a 7 años): Conciencia. En esta etapa, tanto el embrión como el niño recién nacido no tienen conciencia. Físicamente, el Yo demora más o menos un año en manifestarse. Ya en los primeros siete años el niño conforma y consolida su cuerpo físico; a partir de entonces las fuerzas que estaban dedicadas al crecimiento se liberan, transformándose en fuerzas del pensamiento. Es decir, las fuerzas vitales que ayudaron al crecimiento formarán la conciencia del niño. Desde este momento podrá pensar.

Segundo septenio (7 a 14 años): Temperamento. En este período se completa el proceso de cambio de dientes y se conforma el sistema nervioso. El niño está más despierto al mundo, ha desarrollado su capacidad de aprendizaje y está preparado para iniciar su vida escolar. Se caracteriza también por la manifestación de los temperamentos. El niño o niña tiene la posibilidad de adquirir hábitos, no solo comer, dormir, sino también hábitos de conducta, como: no criticar, respetar a los otros, saber perdonar. Por lo tanto, la labor de los educadores (maestros y padres) adquiere fundamental importancia.

Tercer septenio (14 a 21 años): Polaridad. Es uno de los septenios más dramáticos que tendrá que vivir el ser humano. Aparecen las formas corporales características y determinantes de ambos sexos: la menstruación en las niñas, y la aparición del vello y el cambio de voz en los varones. Durante este septenio el ser humano comienza a tener nuevos sentimientos y sensaciones. 

Es el aprendizaje para quererse o para distinguirse a sí mismo. El joven se encuentra inmerso en un mar de sensaciones y actuará frente al mundo según su gusto o disgusto. Aparecen las polaridades y se vive el deseo. A los catorce años surge el cuerpo anímico del niño. En los 14 el cuerpo empieza a dejar de crecer y comienza una transformación del alma o el mundo interior.

Cuarto septenio (21 a 28 años): Alma sensible. A partir de este momento podremos observar quién es en verdad la persona que comienza a manifestarse. Ellos sienten que deben liberarse de las imágenes fuertes de sus padres, y en muchos casos abandonan la casa paterna. Aquí la mayoría de las personas inicia su carrera profesional. Es un lapso de experimentación, creatividad, satisfacción por vivir y probar todo aquello que fue aprendido. Las capacidades todavía son ilimitadas, por lo tanto, todo es posible. 

El desafío está más bien en lograr el equilibrio interno, independientemente del medio que lo rodea. El individuo comienza a controlar su vida anímica, a autodominarse. Quiere saber cómo son realmente las cosas, quiere aprender a conocer la vida y el mundo. Busca con empeño una posición en él y afirmarse en su trabajo o en su profesión, compartir sus días con alguien y también formar una familia.

Quinto septenio (28 a 35 años). Alma racional. El Yo se refleja con mayor fuerza en la personalidad. La persona privilegia el pensamiento y trae también el reflejo de la individualidad; puede ser el momento de mayor orgullo, de máxima ambición y soberbia. Ha disminuido la violencia de los deseos y de los impulsos. Por lo general, el individuo se torna escéptico y le es muy difícil acceder a un pensar que no sea científico-racional. Modifica su relación con los otros, ya que terminada la juventud la vida se torna más seria. 

Es una etapa de orden. Se puede trabajar muchas horas sin cansancio, se encuentra un buen equilibrio sicofísico. Aquí se deben evitar peligros como la vida rutinaria, la necesidad de dominar al otro, el orgullo, la vanidad, la crítica, la envidia, las adicciones y la hipocondría. Hay una crisis fundamental: el balance entre los logros y las metas, es decir, lo que se ha alcanzado y lo que no se ha alcanzado. Esta crisis puede derivar en una depresión.

Sexto septenio (35 a 42 años). Alma consciente. Se desarrolla la autoconfianza, lo cual demanda un trabajo de la voluntad. A partir de este momento el individuo siente la exigencia de ser él mismo. No es ya el simple hecho de hacer y lograr lo correcto, sino de hacer y lograr aquello que tenga valor. En el plano físico suele producirse una disminución de la vitalidad y de la capacidad de trabajo, inconvenientes que pueden superarse con el aumento de la autoexigencia, lo cual tendrá un costo en el futuro. 

Aparece frecuentemente la sensación de vacío, que predispone al encuentro consigo mismo. Es también un período de aceptación de sí mismo y de los demás, lo que se transforma en un verdadero ejercicio para lograr la autoconfianza. Se analiza tanto el camino recorrido como el que resta para recorrer, y surgen las preguntas: ¿qué valor tiene lo vivido hasta ahora?, ¿qué valor puede tener mi vida para el mundo? La tarea empieza a ser el sentido de la vida. Si de niños no tuvimos un desarrollo sano en cuanto al sentimiento y a la voluntad, será difícil que esta etapa de metamorfosis pueda cumplirse con gran éxito. 





Los septenios del espíritu

El período que va entre los 42 y los 49 años es el séptimo septenio. Aquí el hombre y la mujer se convierten en principiantes o aprendices, y empiezan a recorrer el largo camino del despertar espiritual. Este período les exige reconocer que han comenzado su declinación físico-biológica. Una sensación de vacío acompaña todas las manifestaciones físicas y anímicas y normalmente trata de compensarse con gratificaciones en el mundo exterior, como viajes, cambio de automóvil, de casa y, con frecuencia, de pareja.

Los 49 marcan la entrada al octavo septenio. En plena crisis de los 50, el individuo se acerca a un fenómeno sociocultural muy fuerte, que determina drásticamente su transferencia al grupo de la tercera edad. En la mujer, el hecho biológico dominante está dado por el cese de su período menstrual o menopausia; en el hombre, algo parecido ocurre con los problemas de la próstata, aunque estos no tienen igual jerarquía sociocultural que la menopausia. 

El noveno septenio, que va de los 56 a los 63 años, es el umbral de una nueva crisis, que se puede producir como corolario de una vida de desaciertos y equivocaciones que no han podido ser reparados. Es una etapa indicada para realizar una síntesis de lo vivido y en la que se hacen presentes problemas de salud, físicos o psíquicos. Si la persona no ha hecho un trabajo de apertura espiritual, es muy fácil que toda su atención se centre en sí mismo, tornándose egoísta. 

La vivencia de la muerte es muy clara y se establece una conexión con el primer septenio: se ilumina la vida infantil y hay una reconciliación con todas sus manifestaciones. Si el hombre o la mujer no fueron buenos padres o madres, pueden descubrir ahora, como abuelos o abuelas, las delicias de esta etapa de la vida.


Fuente: Revista Mujer (Chile)

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