La conexión entre la mente y el sistema inmune
(o la
psicología profunda de la enfermedad)
SABEMOS ACTUALMENTE QUE NUESTROS ESTADOS DE ÁNIMO SE
REFLEJAN DIRECTAMENTE EN NUESTRA SALUD. LA EUDAIMONIA, O LA FELICIDAD QUE VIENE
DEL ALMA, PARECE SER CLAVE PARA REGULAR NUESTRO SISTEMA INMUNE. ENCONTRAR LA
EUDAIMONIA, SIN EMBARGO, SIGNIFICA HACERLE CASO A NUESTRO DEMONIO PERSONAL
POR: Alejandro MARTINEZ GALLARDO
En los últimos años se ha gestado
discretamente un cambio de paradigma dentro de la ciencia, de la visión
cartesiana reduccionista que cortaba de tajo y dejaba prácticamente
incomunicados al cuerpo y a la mente, a una visión más inclusiva que considera
a la mente-cuerpo como un solo sistema, dando lugar a disciplinas como la
psicobiología y la psiconeuroinmunología. Hoy sabemos que nuestro estado de
ánimo y los estímulos del medio ambiente tienen efectos a nivel celular y son
tanto o más importantes para nuestra salud que nuestros genes. “La vieja forma
de pensar era que nuestros cuerpos eran entidades biológicas estables,
fundamentalmente separadas del mundo externo”, dice Steven Cole, profesor
de medicina en UCLA. “La nueva forma de pensar es que hay mucha más
permeabilidad y fluidez… nuestro cuerpo es literalmente producto del ambiente”.
Cole, moviéndose entre la ciencia dura y
aspectos más suaves relacionados con el problema mente-cuerpo, intenta
determinar la relación entre la “felicidad” y el sistema inmune: cómo
reaccionan nuestras células a lo que subjetivamente llamamos felicidad –acaso
así haciendo tangible lo que es la felicidad, encontrando una respuesta a esta
pregunta milenaria, aunque desde la perspectiva parcial del cuerpo. Su trabajo
lo ha llevado a concluir que “no hay duda de que la mente y el sistema inmune
están ligados”.
Entrevistado por The Atlantic, Cole
explica que experiencias negativas como un diagnóstico de cáncer, la depresión,
el estrés, el trauma o el bajo estatus socioeconómico pueden afectar el perfil
inmunológico de una persona. Mientras que “las experiencias de felicidad y la
percepción de esas experiencias en nuestro cuerpo” también producen cambios en
nuestros mecanismos biológicos, en sentido opuesto. Cole cree que estas
experiencias positivas son capaces de “remodelar nuestra composición celular”.
La antigua división entre el cuerpo y la mente que ha acompañado a la ciencia
en sus fundamentos por tantos años no se sostiene: es prácticamente imposible
que lo que experimentamos mentalmente (la imaginación, la fantasía, el
pensamiento, la preocupación, la relajación, etc.) no se reproduzca también en
nuestro cuerpo. Nuestra salud no sólo es el cúmulo de todas las cosas que hemos
ingerido, el ejercicio que hemos hecho y nuestros genes, es también el agregado
de todos nuestros pensamientos y emociones (nuestro cuerpo no puede dejar de
registrar todos nuestros estados mentales y reprogramar su funcionamiento a
partir de ellos).
Lo anterior nos obliga a tomar
responsabilidad por lo que ocurre en nuestra mente en cada momento, sabiendo
que, si bien un pensamiento aislado o una emoción fugaz seguramente no
debilitarán significativamente nuestra inmunidad, la reiteración de nuestras
formas de pensamiento y reacciones ante el mundo van apilándose y forman los
hábitos y patrones que llegan a determinar nuestro estado de salud
general. O, con mayor precisión: “La experiencia que tienes hoy afectará
la composición de tu cuerpo por los siguientes 80 días, porque eso es el tiempo
que tardan la mayoría de los procesos celulares”, dice Cole. ¿A cuántos ciclos
de estrés de 80 días hemos sometido a nuestras células?
“Una de las funciones principales de la
mente es mantener a bajo nivel la presión o, mejor dicho, no permitir que la
presión surja desde un inicio”, dijo Manly P. Hall hablando sobre el
“simbolismo psíquico” de algunas enfermedades. La mente, que es el regulador
metabólico de todos los procesos orgánicos y que tiene la capacidad compensar
desequilibrios con su acción intencional. Hay diferentes formas de ver esto, si
tenemos una tendencia a estresarnos fácilmente puede generar el efecto
contrario al deseado. Este pensamiento de preocupación o de frustración o de
odio, puede ser la semilla de una enfermedad. Tal vez puedas percibirlo como
una presiónextra sobre tu facultad mental. Esto es una forma
de verlo. Por otro lado también puede ser un respiro: tu actitud, la forma en
la que empleas tu mente y la forma en la que te relacionas con el mundo puede
sanarte, puede afectar directamente tus células y mantenerlas, como una brigada
de soldados contentos y comprometidos con la estrategia nacional, atacando a
tus enemigos verdaderos (y no volteándose en tu contra).
El sistema inmune tiene dos funciones
principales: luchar contra agentes infecciosos y causar inflamación. La primera
función es la que consideramos generalmente como señal de que nuestro sistema
inmune funciona adecuadamente, en equilibrio, dirigiendo sus esfuerzos contra
las verdaderas amenazas que enfrenta nuestro cuerpo. La segunda función, la
inflamación, es en muchos casos el resultado de una sobreexcitación, ya sea
porque introducimos agentes tóxicos a nuestro cuerpo (o que nuestro cuerpo
percibe como tóxicos, como es el caso de algunas intolerancias a alimentos que
la mayoría de las personas toleran perfectamente bien) o porque el estrés hace
que nuestro sistema inmune esté combatiendo permanentemente enemigos invisibles
–ya no virus o bacterias, sino quimeras. Además de causar dolor, la inflamación
puede también dañar el tejido y con el tiempo producir una cuantiosa serie de
enfermedades (la mayoria de las enfermedades neurodegenerativas, por ejemplo, parecen estar ligadas a la inflamación).
Cole realizó un estudio con sus alumnos
cuyos resultados nos ayudan a entender mejor cómo nuestra psicología profunda
se refleja en nuestro sistema inmune. En el estudio se midió el perfil de
expresión genética de un grupo de voluntarios y se relacionó con una evaluación
de sus niveles de felicidad. Un mejor perfil de expresión genética significa
una mayor respuesta antiviral y una menor respuesta inflamatoria. La evaluación
de la felicidad se dividió en la felicidad “hedonista” y la “felicidad
eudaimónica”. “La felicidad hedonista es el estado de ánimo elevado que
experimentamos después de un evento de vida externo, como comprar una casa”, la
eudaimonia es “nuestro sentido de propósito y dirección en la vida, nuestro
involucramiento con algo más grande que nosotros”, explica Cole. El estudio
mostró una notable correlación entre la felicidad eudaimónica y un mejor
funcionamiento del sistema inmune.
El estrés crónico que reduce la
felicidad eudaimónica, sugiere Cole, puede acortar la longitud de los
telómeros, mientras que actividades como la meditación mantienen la longitud de
estos extremos de los cromosomas que protegen el ADN e intervienen en el
proceso de envejecimiento. En otras palabras, la disciplina mental es capaz de
afectar la expresión genética y regular la función de nuestro ADN. Para quienes
dudaban de los poderes mentales del ser humano.
La eudaimonia o el buen daimon
Personalmente, lo que me interesa más
del trabajo de Cole es el énfasis en la eudaimonia. Su investigación sugiere
que la salud humana y la felicidad misma es el resultado de un buen daimon (que
es lo que significa la palabra eudaimonia). El daimon es, según se creía en la
antigua Grecia, el genio o acompañante del alma (a veces usado como sinónimo
mismo del alma o psique). “Ethos anthropos daimon“, escribió Heráclito,
una frase que se traduce como “Carácter es destino” (daimon siendo destino en
este caso). Quizás nos ayude más leer la frase de Heráclito, llamado a veces el
primer psicólogo, de esta forma: “El carácter del hombre es su daimon” y
de aquí intentemos entender lo que es el daimon.
Marsilio Ficino, el gran traductor de
Platón y otros clásicos, eje del renacimiento cultural de la Florencia de los
Medici, dijo sobre el daimon: “Quien descubre su propio genio a través de estos
medios encontrará su trabajo natural y al mismo tiempo encontrará su estrella y
su daimon. Siguiendo este camino obtendrá felicidad y bienestar”. Ficino, quien
fuera conocido como “doctor del alma”, amplía aquí el sentido de la frase
inscrita en Delfos “Conócete a ti mismo”; conocerse a sí mismo es conocer
también a nuestro daimon, nuestro destino, ese espíritu que nos guarda y
asedia, como “una estrella flotando sobre la tierra, conectada al alma”, según
Plutarco. Patrick Harpur, quien ha relacionado al daimon con las apariciones
numinosas de diferentes épocas –desde los ángeles y las hadas a los OVNIs- dice
que una forma de imaginarlo es como “una manifestación personal de un dios
impersonal”.
Jung en sus memorias dice “estoy
consciente de que ‘mana’, ‘daimon’ y ‘dios’ son sinónimos del inconsciente -eso
es otra forma de decir que sabemos tan poco de los primeros como del último”, y
agrega que el inconsciente era un término “científico” y “racional” mientras
que el “uso del lenguaje mítico”[el daimon] da “ímpetu a la imaginación”. Jung
siempre quiso mantener legitimidad científica en su trabajo, por eso la
predilección por el “inconsciente”. Aquí podemos también aplicar su máxima de
“hacer consciente el inconsciente”, la clave de su psicología, lo que
significaría en otras palabras familiarizarnos con nuestro daimon –para no ser
inconscientemente víctima de su tiranía.
Quizá la fuente más reputada de lo que
es el daimon es Platón, quien nos introduce al daimon de Sócrates, el cual lo
encaminó a aceptar el destino de la cicuta y quien, relatando el mito de Er,
señala que cada alma tiene asignada un daimon personal que se encarga de
vigilar el cumplimiento de la “porción” entregada por las Moiras al
nacer. El daimon es el encargado de administrar y atender ese destino que hilan
las Moiras; un destino que no es del todo fatal, ya que fue elegido por nuestra
alma. En cierta forma las Moiras (que son la porción misma que se entrega) se
transpolan al daimon, que a su vez es el representante de Ananké, la diosa de
la necesidad, madre de las Moiras. Por lo que podemos entender que nuestro
destino es aquello necesario –lo que no podemos ceder, por eso el celo voraz
del daimon.
En su libro The Soul’s Code,
James Hillman argumenta que la enfermedad es una de las formas con las que el
daimon –que participa en el arquetipo del trickster– nos obliga a reflexionar y
recapacitar para que no nos desviemos del camino de nuestra necesidad interna,
del llamado profundo de nuestra vida, acaso procrastinando por campos
hedonistas o en la ambición de la materia (lo del ego es el principio del
placer, lo del alma es el compromiso teleológico). En otra parte Hillman
escribe: “Hasta que el alma no obtiene lo que quiere, nos enferma” (si estas
inflamado no vayas al doctor, pregúntale al daimon). Manly P. Hall, el erudito
fundador de la Philosophical Research Society, observa que la mayoría de las
personas enfermas con las que ha tratado “no tienen una salida creativa”, como
si el hecho de no estar creando, de no estar cumpliendo con su propia obra magna,
cualquiera que sea (y muchas veces es el servir a alguien más), les restara
fuerza vital (fuerza vital que que se alimenta de dar al mundo fuerza vital).
“Negar la propia alma es ser separado de la fuente misma de la vida”, escribe
Patrick Harpur, en El fuego secreto de los filósofos.
Tiene sentido, las personas que
manifiestan vivir una vida plena de significado –no de placer e indolencia– son
también más sanas, no tienen un sistema inmune que lucha en su contra,
activando tormentas inflamatorias con fuego cruzado. El sentido es
la salud, el dao. Seguir el camino que marca el daimon, vivir en armonía con el
pleito de nuestra alma, parece ser la clave de la salud. Todo lo demás son
pequeñeces. Esto también hace eco de lo que descubrió Viktor Frankl en los
campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial: los hombres con sentido
existencial no se desmoronaban ante las abyectas condiciones que enfrentaban.
Howard Bloom, en su libro Global Brain, señala que los seres
humanos somos “hipótesis que lanza la mente global” y aquellos
hombres-hipótesis del devenir planetario que prueban ser valiosos para esta
mente global, este superorganismo del cual somos como las células individuales,
son recompensados, gratificando su sistema inmune con una cascada de dulces y
relajantes drogas orgánicas: hormonas, neurotransmisores como dopamina, GABA,
serotonina o el butirato (esa mantequilla de los dioses de la inmunidad); los
otros, cuyas vidas no tienen significado para el colectivo, son inundados con
cortisol y adrenalina y llevados a los ghettos y gulags de la
inmunodeficiencia.
¿Acaso es que la vida, ese misterioso
hálito, es una dádiva, una bendición y una manda que es depositada en nosotros
y que podemos perder en cualquier momento; que perdemos cuando nos alejamos de
ese misterioso destino que nuestra alma eligió entre las estrellas?
Twitter del autor: @alepholo
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