lunes, 27 de marzo de 2017

Los tres sistemas rítmicos según Rudolf Steiner



En noviembre de 1917, después de treinta años de investigación espiritual y en el marco de su publicación los Enigmas del alma, Rudolf Steiner, el padre de la medicina antroposófica, presentó la triple organización del cuerpo humano. Lo hizo en la descripción de las relaciones entre el cuerpo anímico-espiritual y el cuerpo físico-vital.


La triple organización del cuerpo humano fue presentada por Rudolf Steiner muchos años después de haber desarrollado en su obra “Teosofía” los cuatro cuerpos constitucionales, las tres almas y el yo superior.
Rudolf Steiner divide la vida anímica del ser humano en tres partes:


-El pensar que tiene su base en el sistema neurosensorial. Dicho sistema neurosensorial se comunica, por un lado, con los órganos sensorios y, por el otro, penetra hacia el interior del cuerpo humano.


–La voluntad, localizada en el sistema metabólico motor, se centra en la absorción de sustancias.


El sentir, que se aloja en el sistema rítmico del ser humano.
 Así, el cuerpo se divide en los tres sistemas mencionados. Aunque se localizan, fundamentalmente, en una parte anatómica del ser humano, están presentes en todos los órganos del ser humano y siempre imbricados, aunque en diferente proporción.
En palabras de Wilhelm Pelikan:“Estaríamos entendiendo mal esta estructura ternaria si creyéramos que se trata de una tripartición de la corporalidad de la persona”.


Interacción entre los tres sistemas

Las fuerzas que actúan en el sistema neurosensorial y en el polo metabólico son polares y, sus acciones son contrapuestas.

El sistema rítmico ha de mediar ambos sistemas, separando ambas fuerzas en su momento, o en su caso, actuando como integrador.

Para ello, el sistema rítmico cuenta con las dos parejas de movimientos contrapuestos que encontramos en dicho sistema. Por un lado, en dicho sistema nos encontramos con el corazón, que lleva a cabo el acúmulo de sangre y su posterior reparto por todo el cuerpo (sístole y diástole), y por otro lado, nos encontramos con el pulmón, que lleva a cabo la inspiración y la espiración.
Aunque a cada uno de estos sistemas les vamos a dedicar un artículo, presentamos aquí varias de sus características.

El sistema neurosensorial

El sistema neurosensorial tiene su sede principal en la cabeza, donde se encuentran el cerebro y los órganos de los sentidos.

Además mantiene la conciencia a lo largo del día y posibilita el pensar y es responsable de las impresiones sensoriales.

Para desarrollar su función, el sistema neurosensorial requiere calma, necesita encontrarse en una situación como de aletargamiento.

En una comparativa entre el ser humano y la planta, y en lo que se refiere al sistema neurosensorial, en las plantas lo que encontramos más estructurado y mineralizado es la raíz y su proceso radicular.

El polo metabólico

El sistema metabólico es el responsable de la voluntad. Este sistema no se encuentra penetrado por la consciencia, de hecho, cuando ésta penetra en el polo metabólico, aparece el dolor como efecto.

El polo metabólico dirige los procesos metabólicos de incorporación y eliminación de sustancias en el cuerpo humano.

De nuevo, en esa comparativa entre el ser humano y el mundo vegetal, en la planta el polo metabólico se encuentra en la parte floral y frutal.

El sistema rítmico

Este sistema es el encargado de mediar entre estas dos polaridades contrapuestas. Lo hace con los movimientos también contrapuestos de los dos órganos que están más unidos a este sistema que son el corazón con su sístole y diástole y los pulmones con sus movimientos de inspiración y espiración.

En las plantas este sistema se relaciona con aquellas zonas preeminentemente verdes como son las hojas y los tallos en las herbáceas.

La tripartición en el ser humano

Con esta versión triple del ser humano se supera la visión dual, dominante en los albores del siglo XX: día-noche, tesis-antítesis, cuerpo-mente, materia espíritu. Con esta visión ternaria el concepto de los opuestos es sustituido por el de los dos elementos polares con un elemento mediador que se comporta de manera rítmica.

Vemos la variedad de este mediador en los trabajos del color de Goethe. Los colores aparecen ahí donde se encuentran los dos polos de luz, por un lado, y de oscuridad, por otro.


A la vez, como decíamos antes, esta tripartición se repite en cada órgano y en cada región. Tomando como ejemplo la cabeza, ésta es en su parte superior más redonda. En ese lugar redondeado se encuentra la parte más neurosensorial con el pensamiento, la vista y el odio. En la parte inferior nos encontramos movimiento, por ejemplo, en la masticación y el metabolismo aparece en la boca. En ese contexto, el representante del sistema rítmico es la nariz como mediador.

sábado, 25 de marzo de 2017

5 heridas emocionales de la infancia que nos siguen dañando como adultos




Las situaciones, conflictos y problemas que vivimos durante la infancia, no siempre se quedan enterrados en el pasado. De hecho, muchas de esas vivencias se quedan enquistadas en lo más profundo del inconsciente y desde ahí ejercen su influjo sobre nuestra vida cotidiana, aunque la mayoría de las veces ni siquiera somos conscientes de ello. 

Cuando sufrimos un trauma o una herida emocional, el niño que aún vive dentro de nosotros, continúa respondiendo como si estuviera en peligro, por lo que nos impide dar respuestas adaptativas, adecuadas a nuestra edad y nivel de madurez. En práctica, ante determinadas situaciones, ese niño asustado, humillado o abandonado, toma el control. Por supuesto, en esos casos, puede hacer más daño que bien.


La Teoría del Apego

Para comprender el efecto que los traumas y las heridas infantiles tienen en nuestra vida como adultos, debemos adentrarnos en la teoría del apego. Según esta, para entender el tipo de relaciones que establecemos en la adultez, es imprescindible mirar hacia atrás, hacia las relaciones que establecimos con nuestros padres o figuras importantes.

Según la teoría del apego, el comportamiento de los padres y las relaciones afectivas que establezcan con sus hijos, tienen profundas implicaciones en la forma en que los niños reaccionarán en el futuro. Esa relación afectiva sobrevivirá a lo largo del tiempo ya que es la base sobre la cual formamos nuestro “yo”. De hecho, en base a esa relación, construimos una serie de modelos internos que nos orientan y nos permiten interpretar el medio. 

Cuando esa relación ha generado un apego seguro, existen grandes probabilidades de que nos convirtamos en personas abiertas y seguras de sí mismas. Cuando ese apego es evitativo, ambivalente o desorganizado, tendremos una visión distorsionada y negativa del mundo y de nosotros mismos, por lo que, a la larga, tendremos que afrontar más conflictos y no poseeremos los recursos psicológicos necesarios para hacerles frente.

Por supuesto, las heridas emocionales de la infancia no son un fardo que debemos arrastrar por siempre, pero es importante aprender a reconocerlas porque solo de esa forma, podremos sanarlas y continuar adelante.

Las heridas infantiles que más duelen en la adultez

1. El rechazo. El miedo al rechazo surge tan pronto como el niño se da cuenta de que es una persona independiente de sus padres, aproximadamente a los dos años de edad. En ese momento, el niño comienza a buscar activamente la aceptación de las figuras que son importantes para él. Si estas personas le rechazan, se creará una herida emocional difícil de cicatrizar ya que genera la creencia de que no es suficientemente bueno ni digno de ser amado. El rechazo en la infancia provoca la descalificación hacia uno mismo y genera una baja autoestima. Se trata de personas que tienen continuamente miedo a fracasar y que necesitan imperiosamente la aprobación de los demás. 

¿Cómo sanar esta herida?

Comienza a valorar tus habilidades positivas y logros. Poco a poco, atrévete a arriesgar y tomar decisiones por ti mismo. Te darás cuenta que a medida que ganas seguridad, la opinión de los demás deja de condicionarte. De esta forma, comenzarás a vivir más plenamente, haciendo lo que de verdad te gusta y apasiona.

2. El abandono. Los niños necesitan a otras personas para crecer, solo a través de ese contacto se forma adecuadamente su personalidad. Sin embargo, si sus padres siempre han estado ausentes, aunque sea desde el punto de vista emocional, ese niño se sentirá abandonado, no tendrá un apoyo a quien recurrir cuando lo necesite. Por eso, las personas que han vivido experiencias de abandono en su infancia, suelen ser inseguras y desarrollan una dependencia emocional, basada en un profundo miedo a que les vuelvan a abandonar.

¿Cómo sanar esta herida?

Ante todo, es importante que aprendas a estar a gusto contigo mismo. No es necesario que siempre tengas a personas a tu alrededor, a veces, la soledad es buena consejera. Recuerda que a lo largo de la vida, nos encontramos con muchas personas y es normal que en cierto punto nuestros caminos se separen. Aprende a abrazar los cambios y desarrolla una visión optimista de las relaciones interpersonales, es posible que al doblar de la esquina haya alguien fabuloso esperando conocerte.

3. La humillación. Se ha demostrado que el rechazo y la humillación social, no solo provocan sufrimiento sino un dolor a nivel físico ya que esta sensación comparte los mismos circuitos cerebrales que el dolor. La humillación ya resulta difícil de sobrellevar para un adulto, por lo que para un niño puede ser una herida atroz. De hecho, es probable que aún recuerdes un hecho de tu infancia en el que te sentiste humillado. Si esa situación se repite con frecuencia, es probable que la persona termine desarrollando un mecanismo de defensa que la convierta en un ser tiránico y egoísta, se trata de una coraza para defenderse de humillaciones futuras.

¿Cómo sanar esta herida?

En este caso, es importante aprender a perdonar. Solo cuando dejamos ir el rencor que hemos guardado durante años, podemos encontrar nuestro verdadero “yo”, que no es un niño asustado que necesita defenderse sino un adulto seguro de sí, que conoce sus capacidades y no duda en defender sus derechos de forma asertiva.

4. La injusticia. Hace poco se descubrió que los niños muy pequeños, de apenas 15 meses, ya tienen un sentido de la justicia lo suficientemente desarrollado como para catalogar una situación como desigual o igualitaria. Por eso, recibir una educación en la que han sido víctimas de injusticias constantes, lacera profundamente su “yo”, transmitiéndoles la idea de que no son merecedores de la atención de los demás. Un adulto que sufrió injusticias de niño puede convertirse en una persona insegura o, al contrario, en alguien cínico que tiene una visión pesimista de la vida. Esta persona tendrá problemas para confiar en los demás y establecer relaciones porque, inconscientemente, piensa que todos le tratarán mal.

¿Cómo sanar esta herida?

Es importante aceptar que las injusticias que se hayan cometido en la infancia, no tienen por qué repetirse en la adultez. Comprende que ahora cuentas con otros recursos para hacer valer tus derechos y recibir un trato mucho más justo.

5. La traición. Una de las cosas que no perdonan los niños, es haber sido traicionados, sobre todo por sus padres. Sin embargo, se trata de una situación bastante común ya que muchos padres hacen promesas que luego no cumplen. De esta forma, generan en el niño la idea de que el mundo es un sitio poco fiable. Sin embargo, si no logramos confiar en las personas, nos convertimos en ermitaños, aislados del mundo, que nunca podrán lograr nada y que se sentirán profundamente solos. Estas personas normalmente se comportan de manera fría, intentan construir un muro en sus relaciones interpersonales y no dejan que los demás entren en su intimidad.

¿Cómo sanar esta herida?

El hecho de que las personas en las que debías confiar te hayan defraudado, no significa que todos lo harán. Para construir relaciones sólidas, es necesario dejar entrar a los demás en tu vida y confiar en ellos. Solo cuando eres capaz de entregarte, los demás se entregarán a ti.


Jennifer Delgado Suárez

Psicóloga de profesión y por pasión, dedicada a hilvanar palabras.

Quejarse hace que su cerebro lo haga ansioso y depresivo




El Dr. Robin Kowalski profesor en psicología en la Universidad de Clemson explica que todos nos quejamos, en algún momento, aunque sea un poco.

Si mantiene su mente enfocada en el criticismo, la preocupación, y la victimización, a su mente se le hará más fácil volver a encontrar esos pensamientos para situaciones similares


Estoy seguro que todos conocemos a una persona que siempre está con una actitud negativa. Esa persona que pensamos que siempre ve el vaso vacío a la mitad, pero que insiste en ser un realista. En mi caso, esa persona es una amiga desde la infancia, Sam.

Las cosas nunca son lo suficientemente buenas para Sam y ella siempre es la víctima de algo. Después de conocerla por unos 15 años ahora, estoy bastante acostumbrada a su negatividad y puedo simplemente dejarla deslizar.

Pero esto es solo después de mucha práctica. Antes siempre me quitaba mucha energía estar alrededor de ella porque era increíblemente agotante. Existen diferentes tipos de energías agotadoras pero todas vienen de un mismo valor central: Negatividad.

Tipos de agotadores

Ahora, yo no soy completamente inocente de negatividad. Yo también me quejo de vez en cuando sin siquiera darme cuanta que lo hago. Es prácticamente parte de la cultura de hoy en día. El Dr. Robin Kowalski profesor en psicología en la Universidad de Clemson explica que todos nos quejamos, en algún momento, aunque sea un poco.

Existen algunas variedades cuando se trata de quejosos. Estoy segura que podemos ponerle una cara a cada uno de estas categorías.

Desahogadores: Esta persona está muy disgustada, que no quiere escuchar soluciones, sin importar que servicial puedan ser.

Buscadores de Simpatía: Conoce esté tipo. Los que siempre buscan la atención con su actitud de "A mí me va mucho peor que a ti" o con su manera de decir que todo está mal.

Quejosos Crónicos: Esos que viven en un estado de queja, hacen algo que los investigadores llaman "rumiando." Esto significa básicamente pensar y quejarse sobre un problema una y otra vez. En lugar de sentir un desahogo después de soltar, este tipo de queja puede empeorar las cosas. Puede causar aún más preocupación y ansiedad.

No estoy sugiriendo que deje todos sus malos hábitos y sea una persona reluciente volando libre en el positivismo. No, ni siquiera algo cerca. Las olas de negatividad son normales y se necesitan para reiniciar nuestro sistema. 

De lo que querrá estar consciente, es si está siendo excesivamente negativo. ¿Por qué? Se pregunta. Porque la negatividad cultiva negatividad.

Muchos de nosotros hemos podido estar reforzando ese mal hábito de quejarnos des-intencionadamente, por virtud de… quejarnos.


La negatividad reconfigura su cerebro

Donald Hebb, un neuropsicólogo, creía que las neuronas que echan chispa juntas, se unen. A lo que se refería con eso es que grupos de neuronas se conectan en el cerebro como resultado de experiencias de vida particulares.

Por ejemplo, cuando tenemos un pensamiento o un sentimiento o sensación física, miles de neuronas se suscitan y todas se juntan para formar una red. El cerebro aprende a suscitar las mismas neuronas con pensamientos repetitivos.

Básicamente, si mantiene su mente enfocada en el criticismo, la preocupación, y la victimización, a su mente se le hará más fácil volver a encontrar esos pensamientos para situaciones similares. Nuestro patrón de pensamiento hace una red en nuestro cerebro para reaccionar positivamente o negativamente a situaciones que se nos presentan.

Nos volvemos buenos en lo que practicamos, así que, ¿por qué no intentamos ser un poco más positivos?

Cuatro trucos para evadir la negatividad
  • Sé agradecido: Hasta para las cosas más pequeñas.
  • Dese cuenta: Dese cuenta cuando se está quejando. Deje de quejarse. ¡Felicítese por hacerse consciente!
  • Tome una nueva actitud: Podemos crear una actitud completamente nueva para tener sentimientos placenteros. Entre más permitamos que nuestra mente recuerde las cosas buenas, más fácil se vuelve esa forma de pensar.
  • Practique el esfuerzo sabio: El esfuerzo sabio es soltar todo eso que no nos ayuda y cultivar aquello que es habilidoso.