Las situaciones, conflictos y problemas que vivimos durante la infancia, no
siempre se quedan enterrados en el pasado. De hecho, muchas de esas vivencias
se quedan enquistadas en lo más profundo del inconsciente y desde ahí ejercen
su influjo sobre nuestra vida cotidiana, aunque la mayoría de las veces ni
siquiera somos conscientes de ello.
Cuando sufrimos un trauma o una herida emocional, el niño que aún vive
dentro de nosotros, continúa respondiendo como si estuviera en peligro, por lo
que nos impide dar respuestas adaptativas, adecuadas a nuestra edad y nivel de
madurez. En práctica, ante determinadas situaciones, ese niño asustado,
humillado o abandonado, toma el control. Por supuesto, en esos casos, puede
hacer más daño que bien.
La Teoría del Apego
Para comprender el efecto que los
traumas y las heridas infantiles tienen en nuestra vida como adultos, debemos
adentrarnos en la teoría del apego. Según esta, para entender el tipo de
relaciones que establecemos en la adultez, es imprescindible mirar hacia atrás,
hacia las relaciones que establecimos con nuestros padres o figuras
importantes.
Según la teoría del apego, el
comportamiento de los padres y las relaciones afectivas que establezcan con sus
hijos, tienen profundas implicaciones en la forma en que los niños reaccionarán
en el futuro. Esa relación afectiva sobrevivirá a lo largo del tiempo ya que es
la base sobre la cual formamos nuestro “yo”. De hecho, en base a esa relación,
construimos una serie de modelos internos que nos orientan y nos permiten
interpretar el medio.
Cuando esa relación ha generado un apego
seguro, existen grandes probabilidades de que nos convirtamos en personas
abiertas y seguras de sí mismas. Cuando ese apego es evitativo, ambivalente o
desorganizado, tendremos una visión distorsionada y negativa del mundo y de
nosotros mismos, por lo que, a la larga, tendremos que afrontar más conflictos
y no poseeremos los recursos psicológicos necesarios para hacerles frente.
Por supuesto, las heridas emocionales de
la infancia no son un fardo que debemos arrastrar por siempre, pero es
importante aprender a reconocerlas porque solo de esa forma, podremos sanarlas
y continuar adelante.
Las heridas infantiles que más duelen en
la adultez
1. El rechazo. El miedo al rechazo surge tan pronto
como el niño se da cuenta de que es una persona independiente de sus padres,
aproximadamente a los dos años de edad. En ese momento, el niño comienza a
buscar activamente la aceptación de las figuras que son importantes para él. Si
estas personas le rechazan, se creará una herida emocional difícil de
cicatrizar ya que genera la creencia de que no es suficientemente bueno ni
digno de ser amado. El rechazo en la infancia provoca la descalificación hacia
uno mismo y genera una baja autoestima. Se trata de personas que tienen
continuamente miedo a fracasar y que necesitan imperiosamente la aprobación de
los demás.
¿Cómo sanar esta herida?
Comienza a valorar tus habilidades
positivas y logros. Poco a poco, atrévete a arriesgar y tomar decisiones por ti
mismo. Te darás cuenta que a medida que ganas seguridad, la opinión de los
demás deja de condicionarte. De esta forma, comenzarás a vivir más plenamente,
haciendo lo que de verdad te gusta y apasiona.
2. El abandono. Los niños necesitan a otras personas
para crecer, solo a través de ese contacto se forma adecuadamente su
personalidad. Sin embargo, si sus padres siempre han estado ausentes, aunque
sea desde el punto de vista emocional, ese niño se sentirá abandonado, no
tendrá un apoyo a quien recurrir cuando lo necesite. Por eso, las personas que
han vivido experiencias de abandono en su infancia, suelen ser inseguras y
desarrollan una dependencia emocional, basada en un profundo miedo a que les
vuelvan a abandonar.
¿Cómo sanar esta herida?
Ante todo, es importante que aprendas a
estar a gusto contigo mismo. No es necesario que siempre tengas a personas a tu
alrededor, a veces, la soledad es buena consejera. Recuerda que a lo largo de
la vida, nos encontramos con muchas personas y es normal que en cierto punto
nuestros caminos se separen. Aprende a abrazar los cambios y desarrolla una
visión optimista de las relaciones interpersonales, es posible que al doblar de
la esquina haya alguien fabuloso esperando conocerte.
3. La humillación. Se ha demostrado que el rechazo y la humillación
social, no solo provocan sufrimiento sino un dolor a nivel físico ya que esta
sensación comparte los mismos circuitos cerebrales que el dolor. La humillación
ya resulta difícil de sobrellevar para un adulto, por lo que para un niño puede
ser una herida atroz. De hecho, es probable que aún recuerdes un hecho de tu
infancia en el que te sentiste humillado. Si esa situación se repite con
frecuencia, es probable que la persona termine desarrollando un mecanismo de
defensa que la convierta en un ser tiránico y egoísta, se trata de una coraza
para defenderse de humillaciones futuras.
¿Cómo sanar esta herida?
En este caso, es importante aprender a
perdonar. Solo cuando dejamos ir el rencor que hemos guardado durante años,
podemos encontrar nuestro verdadero “yo”, que no es un niño asustado que
necesita defenderse sino un adulto seguro de sí, que conoce sus capacidades y
no duda en defender sus derechos de forma asertiva.
4. La injusticia. Hace poco se descubrió que los niños
muy pequeños, de apenas 15 meses, ya tienen un sentido de la justicia lo
suficientemente desarrollado como para catalogar una situación como desigual o
igualitaria. Por eso, recibir una educación en la que han sido víctimas de
injusticias constantes, lacera profundamente su “yo”, transmitiéndoles la idea
de que no son merecedores de la atención de los demás. Un adulto que sufrió
injusticias de niño puede convertirse en una persona insegura o, al contrario,
en alguien cínico que tiene una visión pesimista de la vida. Esta persona
tendrá problemas para confiar en los demás y establecer relaciones porque,
inconscientemente, piensa que todos le tratarán mal.
¿Cómo sanar esta herida?
Es importante aceptar que las
injusticias que se hayan cometido en la infancia, no tienen por qué repetirse
en la adultez. Comprende que ahora cuentas con otros recursos para hacer valer
tus derechos y recibir un trato mucho más justo.
5. La traición. Una de las cosas que no perdonan los
niños, es haber sido traicionados, sobre todo por sus padres. Sin embargo, se
trata de una situación bastante común ya que muchos padres hacen promesas que
luego no cumplen. De esta forma, generan en el niño la idea de que el mundo es
un sitio poco fiable. Sin embargo, si no logramos confiar en las personas, nos
convertimos en ermitaños, aislados del mundo, que nunca podrán lograr nada y
que se sentirán profundamente solos. Estas personas normalmente se comportan de
manera fría, intentan construir un muro en sus relaciones interpersonales y no
dejan que los demás entren en su intimidad.
¿Cómo sanar esta herida?
El hecho de que las personas en las que
debías confiar te hayan defraudado, no significa que todos lo harán. Para
construir relaciones sólidas, es necesario dejar entrar a los demás en tu vida
y confiar en ellos. Solo cuando eres capaz de entregarte, los demás se
entregarán a ti.
Jennifer Delgado Suárez
Psicóloga de profesión y por pasión,
dedicada a hilvanar palabras.
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