domingo, 21 de diciembre de 2014

EDUCACIÓN EMOCIONAL: ENSEÑANZAS PARA LA VIDA

Enseñanzas para la vida, Educación emocional
Lic. Lucas J. J. Malaisi



Numerosos estudios científicos demuestran que los niños con habilidades emocionales son más felices, más confiados y tienen más éxito en la escuela. A su vez, estas habilidades serán las bases que darán lugar a adultos responsables, seguros, sanos y prósperos. En efecto, actuales descubrimientos corroboran que el 80 % del éxito que obtenemos en la vida, está basado en dichas habilidades. Pero, ¿podemos incrementar las habilidades emocionales en las personas? Sí podemos. Esta simple aseveración descansa sobre uno de los hallazgos científicos más importantes de la Inteligencia Emocional, que revela que las habilidades emocionales ¡son aprendidas! Entonces, ¿cómo transmitir estos recursos a los niños? Haciendo Educación Emocional tanto en las escuelas así como en a las casas, donde tanto padres y docentes trabajemos en equipo con una mirada comprensiva de la unicidad de cada niño.
Reflexionemos: ¿de qué sirven competencias en matemáticas o buenas calificaciones académicas si el joven está depresivo o consume drogas? Es que en el siglo XXI lo importante ya no es la transmisión de conocimiento, sino la dinamización de recursos y mantener sanas a las personas. El que aprenda y memorice fechas de batallas históricas o reglas lingüísticas, hoy no es lo esencial. Fíjate, toda persona con un teléfono celular desde cualquier centro urbano puede acceder a un corrector de texto, calculadora y a más información que la existente en una biblioteca entera, y todo ello en cuestión de segundos con presionar unos pocos botones. En la era digital la información está al alcance de todos. El modelo educativo vigente, que sigue la inercia de un movimiento iniciado más de un siglo atrás por Sarmiento, es anacrónico y no se condice con las necesidades sociales actuales, pues continúa haciendo hincapié en lo académico en detrimento de lo emocional. En estos días vemos claros síntomas de una sociedad gravemente enferma. Abundan casos de niños y jóvenes entre los que pulula el consumo de drogas, promiscuidad, riñas, discriminación, accidentes automovilísticos, violencia, bullying, depresiones, vacíos existenciales y espirituales, consumismo, bloqueos, entre otras señales que no vaticinan buen destino en la dirección tomada. Señales que ameritan una reflexión sobre qué tipo de educación es la que necesita la sociedad actual, y principalmente la futura a mediano y largo plazo.
Si le preguntás a cualquier madre o padre qué quiere para su hijo, todos, palabras más palabras menos, en su sano juicio dirán: “¡que sea feliz!”. En este sentido asegurarán que buscan darle la mejor educación, de modo que tenga más recursos para alcanzar sus objetivos –lo que en algún punto traería felicidad-. Pero quizá desvelados por proveerles los medios, hemos olvidado los fines y ponemos el carro por delante de los caballos. Tal es así, que si indagás por los fines y preguntás qué es ser feliz, muchos no sabrán qué decirte. Entonces, reflexionemos un momento sobre la felicidad: ¿Qué es lo que nos hace verdaderamente felices? ¿Es lo que tenemos? No, si así fuese, los millonarios exudarían felicidad. ¿Es lo que nos pasó en la vida lo que tiene el poder de hacernos felices o infelices? Tampoco, la Resiliencia demostró que muchas personas que vivieron situaciones muy duras pueden sobreponerse como adultos felices. Tampoco son las características físicas de cada cual, ya que las investigaciones científicas dan cuenta que la depresión tampoco incide mayormente en personas con discapacidades -de nacimiento o adquiridas- que en el resto. ¿Son las comodidades las que traen felicidad? No, puesto que cuando abundan los lujos, nos aburguesamos y siempre queremos más, generando en muchos casos una insatisfacción creciente. Cuándo reímos o estamos contentos, ¿estamos felices? No, no necesariamente. Alegría o risas no son sinónimo ni condición de la felicidad. Podríamos seguir jugando a las escondidas, pero mejor vamos al grano. Sabemos muy bien donde no está la felicidad, pero dónde está o al menos qué es, a ninguno se nos enseño en la escuela y no parece estar muy claro en el común de la gente. Estamos deseando para los niños algo que sabemos es bueno, pero no sabemos bien qué es, ni dónde encontrarlo. Esta situación sería algo parecido a ir de compras al supermercado con un listado de lo que no querés comprar, pero sin el listado de lo que sí. Con esa lista, ¡nunca saldrás del super satisfecho! Siempre quedará una sensación de que algo te falta, pero sin saber qué.
La felicidad es un sentimiento estable -y no efímero como la alegría- que surge como consecuencia de llevar una vida con sentido, es el bienestar y serenidad que sentís al saber que estás en la dirección correcta. Como dijimos, la felicidad no es estar contento o reírte todo el tiempo, sino una sensación de orgullo y tranquilidad de entregarte a eso que amás hacer en la vida siendo consecuente con vos mismo. Pero, ¿cómo reconocer e identificar cuál es ese camino o eso que amo hacer en la vida? Escuchando al corazón. En este sentido siempre les digo a mis consultantes: “el camino hacia tus objetivos está señalizado por dentro”. No es lo que papá, mamá o la sociedad espera de vos, sino lo que dicta tu corazón. Tampoco se trata de guiarte por los resultados del test vocacional de los psicólogos que dicen “vos tenés una gran inteligencia lógico-matemática, por lo cual deberías dedicarte a las ciencias duras”. Sí, está bien, seguro tiene esas habilidades, pero la felicidad no surgirá por hacer algo mejor que otros, sino, insisto, en hacer lo que ama. En este sentido el zorro le enseñaba al Principito “no se ve bien si no es con el corazón, pues lo esencial es invisible a los ojos”. Lo esencial –lo que nos hace auténticamente felices-, no lo percibimos con los sentidos, sino con las emociones. Son cada una de las emociones las que nos informan donde está y donde no, la senda correcta -hacia la auto-realización personal.
Estoy convencido de que en el mundo necesitamos más personas que amen lo que hacen, y no que busquen tener más. Porque cuando encontramos eso que amamos hacer en la vida, nos movemos con una entrega infatigable y apasionada, que en sí misma es profundamente gratificante, y que además, por si fuese poco, trae la consecución de objetivos deseados. Así, la psicología positiva da perfecta cuenta que el involucrarse y entusiasmarse con actividades saludables actúan a modo de barrera contra los trastornos psicológicos. Así por ejemplo un joven o adulto rodeado de afectos, amistades, deporte, estudio y proyectos o hobbies que ame, no será proclive al consumo de drogas, riñas ni otras conductas riesgosas, pues su vida estará llena de hábitos salutógenos y gratificantes que disfruta, los que no dejan espacio a la patología. Sin embargo, muy probablemente en aquellos sujetos que tengan excesivo tiempo ocioso no tardará en anidar el pesimismo que tarde o temprano lo llevarán a estados emocionales perjudiciales. De los que a su vez, eventualmente, buscará escapar mediante placeres vacuos empeñando la vida, pagando el precio de no escuchar al corazón.
Entonces, qué te parece si también “equipásemos” a los niños con habilidades emocionales desde muy chicos, brindándoles un espacio donde se los acompañe a conocerse a sí mismos, para aprender a identificar sus emociones y pensamientos, tal y como en la actualidad se trabaja en establecimientos educativos de muchos países del primer mundo. Hablo de que tengan una asignatura donde ejerciten habilidades emocionales y sociales, de comunicación, resolución de conflictos, que les permita descubrir sus vocaciones, sus gustos, sus habilidades e intereses. En fin, auto-descubrirse, para disfrutar de una existencia plena y lleguen a ser todo lo que cada uno de ellos pueda llegar a ser, desplegando al máximo sus potencialidades, apreciando en el mejor de los sentidos el hecho de que somos únicos e irrepetibles. Cultivaríamos así la autoestima, base de la confianza en sí mismo y escudo protector que los ayudará a reaccionar ante los desaciertos, las pérdidas, la vergüenza e inmunizándolos ante tentaciones como las drogas, alcohol o embarcarse comportamientos riesgosos, estableciendo lazos afectivos auténticos con sus pares y tutores, donde se respeten a sí mismos y exijan respeto de los demás.
Hablar con los niños sobre sus sentimientos les enseña que es normal sentirse enfadado o triste y hasta tener miedo, aprendiendo así a manejar y tolerar dichos estados. Cuando pueden identificar sus sentimientos, pueden resolver sus problemas y elegir mejor en pos del cumplimiento de su proyecto personal.
La Educación Emocional es una estrategia de promoción de la salud que busca mejorar la calidad de vida de las personas mediante la dinamización de habilidades emocionales y hábitos salutógenos. Se trata de educar desde y para la salud, buscando esparcirla y fortalecerla, cuyas técnicas son de baja complejidad, y por tanto de fácil y económica implementación. Además, por si fuera poco, al instalar hábitos salutógenos se obtienen resultados sustentables, es decir, que perduran en el tiempo. Se trata de tecnologías psicológicas de vanguardia al servicio, no ya de la industria del marketing y el lucro como estamos acostumbrados, sino de la educación y el bien común.
Sé positivamente del esfuerzo y vocación de muchos docentes que están implementando la Educación Emocional en el aula con sus alumnos, pero a pesar de los logros alcanzados, no dejan de ser esfuerzos aislados dentro de un universo de necesidades y problemas existentes en las bastas extensiones de nuestra Argentina (como de muchos países del mundo). Por tanto, una política que pueda dar cuenta de la compleja red de actores y variables que influyen sobre los niños y familias, y que logre un cambio radical combatiendo el mercado de la enfermedad e inseguridad, sabemos, no se agota en un programa ni termina al implementarlo en algunas escuelas. Para asegurar los resultados que nos proponemos es necesaria una continuidad y mantenimiento en el tiempo de estas propuestas logrando llegar a todas las escuelas. Es por ello esencial el compromiso de autoridades políticas y gubernamentales para llevarlo a cabo a gran escala y mantenerlo en el tiempo, dado que si sus esfuerzos se centran en los periodos electorales o bien buscan resultados inmediatos dentro del propio mandato, la solución es superficial y efímera, no alcanzando las raíces del problema, sino más bien, dejándolas intactas para que florezca posteriormente con aún más fuerzas. Si nos ocupamos de situaciones urgentes, y no de proyectos a futuro, procrastinamos el desarrollo y crecimiento de la sociedad. De este modo, las pululantes situaciones de  precariedad imponen la emergencia de destinar recursos para “emparchar sobre lo parchado”, no dando la posibilidad de trabajar en lo estructural, arrojando como resultado una vulnerabilidad creciente, que justifica cada vez más las intervenciones de resultados efímeros, ante estas –curiosamente- más frecuentes situaciones “inesperadas”.

Finalmente quiero destacar que hacer Educación Emocional no es una ocurrencia de quienes frecuentemente fuimos tildados de “humanistas románticos” o simplemente locos… Es un pedido, nada más ni nada menos que de la Organización Mundial de la Salud. Sí, la OMS propuso el desarrollo de las “Habilidades para la vida” (life skills) ya en el año 1986, luego en el 1993 elaboró un nuevo documento centrado en la Educación (Life Skills Education in School) en el cual define dichas habilidades como “Capacidades para adoptar un comportamiento adaptativo y positivo que permita a los individuos abordar con eficacia las exigencias y desafíos de la vida cotidiana”. Luego en 1998 en un Glosario sobre promoción de la salud especifica desarrollar en el ámbito educativo 10 habilidades para la vida, de las cuales seis son habilidades emocionales en forma específica [1]. Estos documentos se basan en una contundente e incuestionable evidencia científica de los beneficios de hacer Educación Emocional.
Por fortuna, o mejor dicho, idoneidad de ciertos diputados y senadores que están pensando la educación del próximo veinteno, ya están considerando seriamente la Ley de Educación Emocional y están trabajando para que algún día los alumnos de todos los establecimientos educativos de todos los niveles reciban estas enseñanzas. Estamos seguros que Dicha ley será un ejemplo que muchas otras ciudades seguirán.

[1]  Las habilidades para la vida propuestas por la OMS son
(las subrayadas son habilidades emocionales)
1.    Capacidad de tomar decisiones
2.    Habilidad para resolver problemas
3.    Capacidad de pensar en forma creativa
4.    Capacidad de pensar en forma crítica
5.    Habilidad para comunicarse en forma efectiva
6.    Habilidad para establecer y mantener relaciones interpersonales
7.    Conocimiento de sí mismo
8.    Capacidad parar para establecer empatía
9.    Capacidad para manejar las propias emociones
10. Habilidad para manejar las tensiones o estrés



Fuente: fundacioneducacionemocional.org

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