Enseñanzas para la vida, Educación emocional
Lic. Lucas J.
J. Malaisi
Numerosos estudios científicos demuestran que los niños con habilidades
emocionales son más felices, más confiados y tienen más éxito en la escuela. A
su vez, estas habilidades serán las bases que darán lugar a adultos
responsables, seguros, sanos y prósperos. En efecto, actuales descubrimientos
corroboran que el 80 % del éxito que obtenemos en la vida, está basado en
dichas habilidades. Pero, ¿podemos incrementar las habilidades emocionales en
las personas? Sí podemos. Esta simple aseveración descansa sobre uno de los
hallazgos científicos más importantes de la Inteligencia Emocional, que revela
que las habilidades emocionales ¡son aprendidas! Entonces, ¿cómo transmitir
estos recursos a los niños? Haciendo Educación Emocional tanto en las escuelas
así como en a las casas, donde tanto padres y docentes trabajemos en equipo con
una mirada comprensiva de la unicidad de cada niño.
Reflexionemos: ¿de qué sirven competencias en matemáticas o buenas
calificaciones académicas si el joven está depresivo o consume drogas? Es que
en el siglo XXI lo importante ya no es la transmisión de conocimiento, sino la
dinamización de recursos y mantener sanas a las personas. El que aprenda y
memorice fechas de batallas históricas o reglas lingüísticas, hoy no es lo
esencial. Fíjate, toda persona con un teléfono celular desde cualquier centro
urbano puede acceder a un corrector de texto, calculadora y a más información
que la existente en una biblioteca entera, y todo ello en cuestión de segundos
con presionar unos pocos botones. En la era digital la información está al
alcance de todos. El modelo educativo vigente, que sigue la inercia de un
movimiento iniciado más de un siglo atrás por Sarmiento, es anacrónico y no se
condice con las necesidades sociales actuales, pues continúa haciendo hincapié
en lo académico en detrimento de lo emocional. En estos días vemos claros
síntomas de una sociedad gravemente enferma. Abundan casos de niños y jóvenes
entre los que pulula el consumo de drogas, promiscuidad, riñas, discriminación,
accidentes automovilísticos, violencia, bullying, depresiones, vacíos
existenciales y espirituales, consumismo, bloqueos, entre otras señales que no
vaticinan buen destino en la dirección tomada. Señales que ameritan una
reflexión sobre qué tipo de educación es la que necesita la sociedad actual, y
principalmente la futura a mediano y largo plazo.
Si le preguntás a cualquier madre o padre qué quiere para su hijo, todos,
palabras más palabras menos, en su sano juicio dirán: “¡que sea feliz!”. En
este sentido asegurarán que buscan darle la mejor educación, de modo que tenga
más recursos para alcanzar sus objetivos –lo que en algún punto traería
felicidad-. Pero quizá desvelados por proveerles los medios, hemos olvidado los
fines y ponemos el carro por delante de los caballos. Tal es así, que si
indagás por los fines y preguntás qué es ser feliz, muchos no sabrán qué
decirte. Entonces, reflexionemos un momento sobre la felicidad: ¿Qué es lo que
nos hace verdaderamente felices? ¿Es lo que tenemos? No, si así fuese, los millonarios
exudarían felicidad. ¿Es lo que nos pasó en la vida lo que tiene el poder de
hacernos felices o infelices? Tampoco, la Resiliencia demostró que muchas
personas que vivieron situaciones muy duras pueden sobreponerse como adultos
felices. Tampoco son las características físicas de cada cual, ya que las
investigaciones científicas dan cuenta que la depresión tampoco incide
mayormente en personas con discapacidades -de nacimiento o adquiridas- que en
el resto. ¿Son las comodidades las que traen felicidad? No, puesto que cuando
abundan los lujos, nos aburguesamos y siempre queremos más, generando en muchos
casos una insatisfacción creciente. Cuándo reímos o estamos contentos, ¿estamos
felices? No, no necesariamente. Alegría o risas no son sinónimo ni condición de
la felicidad. Podríamos seguir jugando a las escondidas, pero mejor vamos al
grano. Sabemos muy bien donde no está la felicidad, pero dónde está o al menos
qué es, a ninguno se nos enseño en la escuela y no parece estar muy claro en el
común de la gente. Estamos deseando para los niños algo que sabemos es bueno,
pero no sabemos bien qué es, ni dónde encontrarlo. Esta situación sería algo
parecido a ir de compras al supermercado con un listado de lo que no querés
comprar, pero sin el listado de lo que sí. Con esa lista, ¡nunca saldrás del
super satisfecho! Siempre quedará una sensación de que algo te falta, pero sin
saber qué.
La felicidad
es un sentimiento estable -y no efímero como la alegría- que surge como
consecuencia de llevar una vida con sentido, es el bienestar y serenidad que
sentís al saber que estás en la dirección correcta. Como dijimos, la felicidad
no es estar contento o reírte todo el tiempo, sino una sensación de orgullo y
tranquilidad de entregarte a eso que amás hacer en la vida siendo consecuente
con vos mismo. Pero, ¿cómo reconocer e identificar cuál es ese camino o eso que
amo hacer en la vida? Escuchando al corazón. En este sentido siempre les digo a
mis consultantes: “el camino hacia tus objetivos está señalizado por
dentro”. No es lo que papá, mamá o la sociedad espera de vos, sino lo que
dicta tu corazón. Tampoco se trata de guiarte por los resultados del test
vocacional de los psicólogos que dicen “vos tenés una gran inteligencia
lógico-matemática, por lo cual deberías dedicarte a las ciencias duras”. Sí,
está bien, seguro tiene esas habilidades, pero la felicidad no surgirá por
hacer algo mejor que otros, sino, insisto, en hacer lo que ama. En este sentido
el zorro le enseñaba al Principito “no se ve bien si no es con el corazón, pues
lo esencial es invisible a los ojos”. Lo esencial –lo que nos hace
auténticamente felices-, no lo percibimos con los sentidos, sino con las
emociones. Son cada una de las emociones las que nos informan donde está y
donde no, la senda correcta -hacia la auto-realización personal.
Estoy convencido de que en el mundo necesitamos más personas que amen lo
que hacen, y no que busquen tener más. Porque cuando encontramos eso que amamos
hacer en la vida, nos movemos con una entrega infatigable y apasionada, que en
sí misma es profundamente gratificante, y que además, por si fuese poco, trae
la consecución de objetivos deseados. Así, la psicología positiva da perfecta
cuenta que el involucrarse y entusiasmarse con actividades saludables actúan a
modo de barrera contra los trastornos psicológicos. Así por ejemplo un joven o
adulto rodeado de afectos, amistades, deporte, estudio y proyectos o hobbies
que ame, no será proclive al consumo de drogas, riñas ni otras conductas
riesgosas, pues su vida estará llena de hábitos salutógenos y gratificantes que
disfruta, los que no dejan espacio a la patología. Sin embargo, muy
probablemente en aquellos sujetos que tengan excesivo tiempo ocioso no tardará
en anidar el pesimismo que tarde o temprano lo llevarán a estados emocionales
perjudiciales. De los que a su vez, eventualmente, buscará escapar mediante
placeres vacuos empeñando la vida, pagando el precio de no escuchar al corazón.
Entonces, qué te parece si también “equipásemos” a los niños con
habilidades emocionales desde muy chicos, brindándoles un espacio donde se los
acompañe a conocerse a sí mismos, para aprender a identificar sus emociones y
pensamientos, tal y como en la actualidad se trabaja en establecimientos
educativos de muchos países del primer mundo. Hablo de que tengan una
asignatura donde ejerciten habilidades emocionales y sociales, de comunicación,
resolución de conflictos, que les permita descubrir sus vocaciones, sus gustos,
sus habilidades e intereses. En fin, auto-descubrirse, para disfrutar de una
existencia plena y lleguen a ser todo lo que cada uno de ellos pueda llegar a
ser, desplegando al máximo sus potencialidades, apreciando en el mejor de los
sentidos el hecho de que somos únicos e irrepetibles. Cultivaríamos así la
autoestima, base de la confianza en sí mismo y escudo protector que los ayudará
a reaccionar ante los desaciertos, las pérdidas, la vergüenza e inmunizándolos
ante tentaciones como las drogas, alcohol o embarcarse comportamientos
riesgosos, estableciendo lazos afectivos auténticos con sus pares y tutores,
donde se respeten a sí mismos y exijan respeto de los demás.
Hablar con los niños sobre sus sentimientos les enseña que es normal
sentirse enfadado o triste y hasta tener miedo, aprendiendo así a manejar y
tolerar dichos estados. Cuando pueden identificar sus sentimientos, pueden
resolver sus problemas y elegir mejor en pos del cumplimiento de su proyecto
personal.
La Educación Emocional es una estrategia de promoción de la salud que busca
mejorar la calidad de vida de las personas mediante la dinamización de
habilidades emocionales y hábitos salutógenos. Se trata de educar desde y para
la salud, buscando esparcirla y fortalecerla, cuyas técnicas son de baja
complejidad, y por tanto de fácil y económica implementación. Además, por si
fuera poco, al instalar hábitos salutógenos se obtienen resultados
sustentables, es decir, que perduran en el tiempo. Se trata de tecnologías
psicológicas de vanguardia al servicio, no ya de la industria del marketing y
el lucro como estamos acostumbrados, sino de la educación y el bien común.
Sé
positivamente del esfuerzo y vocación de muchos docentes que están
implementando la Educación Emocional en el aula con sus alumnos, pero a pesar
de los logros alcanzados, no dejan de ser esfuerzos aislados dentro de un
universo de necesidades y problemas existentes en las bastas extensiones de
nuestra Argentina (como de muchos países del mundo). Por tanto, una política
que pueda dar cuenta de la compleja red de actores y variables que influyen
sobre los niños y familias, y que logre un cambio radical combatiendo el
mercado de la enfermedad e inseguridad, sabemos, no se agota en un programa ni
termina al implementarlo en algunas escuelas. Para asegurar los resultados que
nos proponemos es necesaria una continuidad y mantenimiento en
el tiempo de estas propuestas logrando llegar a todas las escuelas. Es por ello
esencial el compromiso de autoridades políticas y gubernamentales para llevarlo
a cabo a gran escala y mantenerlo en el tiempo, dado que si sus esfuerzos se centran
en los periodos electorales o bien buscan resultados inmediatos dentro del
propio mandato, la solución es superficial y efímera, no alcanzando las raíces
del problema, sino más bien, dejándolas intactas para que florezca
posteriormente con aún más fuerzas. Si nos ocupamos de situaciones urgentes, y
no de proyectos a futuro, procrastinamos el desarrollo y crecimiento de la
sociedad. De este modo, las pululantes situaciones de precariedad imponen
la emergencia de destinar recursos para “emparchar sobre lo parchado”, no dando
la posibilidad de trabajar en lo estructural, arrojando como resultado una
vulnerabilidad creciente, que justifica cada vez más las intervenciones de
resultados efímeros, ante estas –curiosamente- más frecuentes situaciones “inesperadas”.
Finalmente
quiero destacar que hacer Educación Emocional no es una ocurrencia de quienes
frecuentemente fuimos tildados de “humanistas románticos” o simplemente locos…
Es un pedido, nada más ni nada menos que de la Organización Mundial de la Salud.
Sí, la OMS propuso el desarrollo de las “Habilidades para la vida” (life
skills) ya en el año 1986, luego en el 1993 elaboró un nuevo documento centrado
en la Educación (Life Skills Education in School) en el cual define dichas
habilidades como “Capacidades para adoptar un comportamiento adaptativo y
positivo que permita a los individuos abordar con eficacia las exigencias y
desafíos de la vida cotidiana”. Luego en 1998 en un Glosario sobre promoción de
la salud especifica desarrollar en el ámbito educativo 10 habilidades para la
vida, de las cuales seis son habilidades emocionales en forma específica [1].
Estos documentos se basan en una contundente e incuestionable evidencia
científica de los beneficios de hacer Educación Emocional.
Por fortuna, o mejor dicho, idoneidad de ciertos diputados y senadores que
están pensando la educación del próximo veinteno, ya están considerando
seriamente la Ley de Educación Emocional y están trabajando para que algún día
los alumnos de todos los establecimientos educativos de todos los niveles
reciban estas enseñanzas. Estamos seguros que Dicha ley será un ejemplo que
muchas otras ciudades seguirán.
[1] Las habilidades para la vida
propuestas por la OMS son:
(las subrayadas son habilidades emocionales)
1. Capacidad de
tomar decisiones
2. Habilidad
para resolver problemas
3. Capacidad de
pensar en forma creativa
4. Capacidad de
pensar en forma crítica
5. Habilidad
para comunicarse en forma efectiva
6. Habilidad
para establecer y mantener relaciones interpersonales
7. Conocimiento
de sí mismo
8. Capacidad
parar para establecer empatía
9. Capacidad
para manejar las propias emociones
10. Habilidad
para manejar las tensiones o estrés
Fuente: fundacioneducacionemocional.org
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