La biología de la creencia: cómo
tus pensamientos transforman tu organismo
Si crees que tu destino biológico es
inmodificable, que tus genes te determinan o que eres una víctima de tu
herencia, has de saber que este viejo dogma del determinismo genético es
simplemente erróneo.
La epigenética, una nueva y
revolucionaria rama de la ciencia, nos muestra que los genes no controlan
nuestra biología, no controlan su expresión y ni siquiera controlan su propia
actividad. Las señales ambientales y nuestra percepción de esas señales -lo
que pensamos acerca de lo que nos pasa- son los elementos que determinan
nuestro comportamiento celular y la forma en que nuestros genes se expresan (un
mismo gen o modelo puede expresar miles de variantes).
En un ambiente enfermo, nuestras células
enferman. En el momento en que cambiamos de entorno o modificamos la percepción
de lo que sucede en nuestro entorno, se recuperan de inmediato y comienzan
a crecer, reproducirse y florecer vigorosamente.
“Es una señal del entorno, y no una
propiedad emergente del gen en sí mismo, lo que activa la expresión de ese gen” – H. F. Nijhout.
La nueva ciencia de la epigenética
El término epigenética, acuñado
por Conrad Hal
Waddington y ampliado recientemente por multitud de biólogos
celulares (entre los que destaca el famoso Bruce Lipton), se refiere al
estudio de las interacciones entre los genes y ambiente.
La epigenética nos muestra que el ADN
no determina el comportamiento celular. Son las proteínas quienes, en
función de las señales ambientales y nuestra percepción e interpretación de las
mismas, gobiernan las funciones de la célula. Como si de directores de orquesta
se tratara, el movimiento de las proteínas administra el movimiento celular que
rige nuestras funciones orgánicas.
Nuestra biología
se adapta a la información ambiental que penetra por nuestros
sentidos y a la interpretación que nuestra mente hace de esa información, es
decir, lo que pensamos acerca de lo que nos pasa. En un ambiente tóxico, las
células enferman y mueren. No están orgánicamente enfermas ni determinadas por
el ADN, sino que enferman como respuesta a un entorno insano o una percepción
insana del entorno.
Cuando nuestras células no funcionan
correctamente, nuestro cuerpo manifiesta síntomas. Los síntomas son
indicadores biológicos de que algo no anda bien con el comportamiento celular.
No son el problema, sino que simplemente nos avisan del verdadero problema: la
presencia de señales de amenaza (bioquímicos tóxicos o contenidos mentales
tóxicos) que provocan una detención de nuestras funciones de crecimiento
psicobiológico.
“La mente le dice a nuestra biología lo
que está pasando en el mundo y lo que debemos hacer para ajustarnos a esos
eventos.”
La biología de la creencia y el poder de
la intención
El sistema nervioso es el
mediador entre las señales ambientales y el comportamiento celular. Podríamos
decir que es el árbitro que decide qué mecanismos biológicos activar o
desactivar. Conforme a su decisión, el organismo libera los bioquímicos
apropiados, que se comunican con las proteínas y les indican cómo orquestar el
movimiento celular, las funciones de la vida.
Este árbitro solo puede tomar dos
decisiones: protección o crecimiento. Ambos modos de nuestro sistema nervioso,
simpático y parasimpático, no pueden operar al mismo tiempo. Estamos en
protección o estamos en crecimiento.
El árbitro decide, pero no interpreta.
¿Quién interpreta? La interpretación de las señales ambientales es trabajo de
la mente. Nuestras creencias, alojadas en nuestra mente inconsciente,
modifican nuestra percepción. La forma en que percibimos lo que nos sucede,
nuestra interpretación subjetiva y nuestros pensamientos, le sirven al árbitro
para decidir si debe activar el mecanismo de protección o el mecanismo de
crecimiento.
Cuando pensamos que el entorno contiene
amenazas (cuando
nos hallamos bajo estrés, miedo, ansiedad o depresión) activamos el modo de
protección, el sistema nervioso simpático. Todas nuestras funciones de
crecimiento orgánico se detienen al instante, y también se detienen todos
nuestros procesos cognitivos superiores. Las hormonas del estrés y los agentes
inflamatorios -tales como el cortisol, la epinefrina, las citoquinas o la
histamina- invaden nuestro sistema, detienen el crecimiento biológico y
debilitan el sistema inmune. Mantenernos en este modo de lucha o huida por
períodos demasiado dilatados es realmente peligroso. Para conservar nuestra
salud necesitamos reemplazar cientos de miles de millones de células
diariamente. Si estamos constantemente en protección, esto no sucederá. El
resultado: desequilibrio y enfermedad.
Cuando nos sentimos seguros, nuestro sistema nervioso activa el
modo de crecimiento, también llamado Respuesta de Relajación o sistema nervioso
parasimpático. La sangre comienza a fluir abundantemente en el torso y la
cabeza, donde se encuentran nuestros órganos y todas nuestras funciones de
crecimiento. Liberamos bioquímicos como la dopamina, la oxitocina, la
vasopresina y la hormona del crecimiento, que realzan nuestra salud. Nuestro
cuerpo mantiene su integridad, nuestras células se dividen con normalidad y
todas nuestras funciones orgánicas operan óptimamente.
El origen de nuestra percepción, la
interpretación de la mente, se halla en nuestro sistema de creencias. Y los
pensamientos que nuestras creencias generan y sostienen están íntimamente
conectados con nuestra biología, nuestra genética y nuestro comportamiento
celular. Cuando la creencia cambia, la percepción también cambia; cuando la
percepción cambia, los pensamientos cambian, y las respuestas neuroquímicas se
transforman. La mente le dice a nuestra biología
lo que está pasando en el mundo y cómo debe cambiar para ajustarse a
los eventos que enfrentamos.
El efecto placebo: lo que tu mente cree,
tu cuerpo crea
En un estudio los pacientes
debían recibir una cirugía artroscópica de rodilla para sanar sus dolencias.
Mientras que un grupo recibió la cirugía habitual, otro grupo recibió un
placebo que consistía en una operación falsa: el paciente salía con una
incisión suturada y la creencia de que había recibido cirugía, cuando en
realidad no se le había efectuado ninguna intervención. Ambos grupos
presentaron el mismo nivel de mejora.
En 1950, el Dr. Wolf (ver estudio
aquí) trabajaba con mujeres a las que les habían
introducido una esfera gástrica. Debido a las contracciones estomacales,
experimentaban intensas náuseas y vómitos. El placebo fue la administración de
un supuesto fármaco novedoso con la promesa de que eliminaría por completo esas
sensaciones y reacciones fisiológicas. El fármaco era en realidad “epicac”,
un químico que induce el vómito. Los pacientes creyeron firmemente que este
nuevo y revolucionario fármaco detendría los vómitos, y no solo hizo eso, sino
que además las contracciones estomacales regresaron a la normalidad. La creencia
fue el único factor de recuperación.
En 1962, los doctores Ikemi y Nakagawa
realizaron un estudio con pacientes adolescentes alérgicos al árbol de laca.
Con los ojos vendados, les dijeron que uno de sus brazos sería expuesto a hojas
de castaño y el otro a hojas de árbol de laca. Pero en realidad lo hicieron al
revés: aplicaron árbol de laca donde les dijeron que aplicarían castaño, y
viceversa. A pesar de su extrema alergia, el brazo que recibió árbol de laca
permaneció igual, mientras que el brazo al que aplicaron castaño presentó una
erupción cutánea severa. El cuerpo manifestó lo que la mente creyó (Fuente:
Ikemi Y, Nakagawa S. A psychosomatic study of contagious
dermatitis. Kyushu Journal of Medical Science. 1962;13:335–350).
Recordemos que no estamos hablando de
evidencia anecdótica, sino de publicaciones científicas oficiales que legitiman
el increíble poder que nuestra mente ejerce sobre nuestra biología.
“Podemos reescribir los programas que
crean auto-sabotaje y malestar. Podemos cambiar nuestras creencias limitantes.”
Mente consciente, mente inconsciente
Consciente e inconsciente son partes
interdependientes de la mente que poseen diferentes formas de aprender y
operar.
La mente consciente es el
resultado de la evolución más reciente del cerebro, la corteza prefrontal. Es
la mente creativa e imaginativa que contiene nuestros deseos, anhelos y
aspiraciones en la vida. Si alguien te pregunta: “¿qué quieres en la vida?”,
tu respuesta viene de tu capacidad de imaginar y crear conscientemente estas
imágenes del futuro deseado.
La mente inconsciente representa
nuestros hábitos, programas y patrones. Por ejemplo, aprendemos a caminar a
través de experiencia y repetición, pero una vez que hemos instalado este
programa, se convierte en un hábito dirigido por la mente inconsciente. Cuando
aprendemos un hábito, la mente inconsciente se encarga de reproducirlo de forma
automática y reactiva sin que debamos pensar en ello, lo que nos ahorra
tener que aprenderlo una y otra vez. Fundamentalmente, la mente inconsciente es
nuestra mente programada, y posee un tremendo potencial para grabar/descargar
todo tipo de programas, especialmente durante la primera infancia. Nuestras
creencias son también parte de esta programación inconsciente.
Hoy sabemos que los programas negativos
y redundantes afectan nuestra salud. Sin embargo, si la calidad de nuestros
programas es pobre no debemos culpar a nuestra mente, sino a nuestros
programas. Nuestra mente no es los programas que contiene. Podemos reescribir
los programas que crean auto-sabotaje y malestar. Podemos cambiar nuestras
creencias limitantes.
¿Cómo hacer esto? Si nuestros programas son el resultado
de un hábito, y un hábito es el resultado de una repetición sostenida, la
repetición consciente de acciones diestras y pensamientos expansivos nos
permitirá crear nuevos hábitos mente-cuerpo que reemplacen a los viejos hábitos
inconscientes. El primer paso es adoptar una actitud correcta y tener la
clara intención de reprogramar nuestras creencias restrictivas a través de la
práctica continuada. La resiliencia
es el Santo Grial que abona el camino de transformación de nuestras
interpretaciones mentales, nuestros procesos biológicos y nuestro
comportamiento.
Reescribiendo nuestra biología
El hábito de la práctica introspectiva
es una de las mejores formas de reescribir nuestra biología. Al enviar señales
de calma y seguridad a nuestro sistema nervioso, activamos voluntariamente los
mecanismos biológicos de crecimiento.
En su libro Relaxation Revolution, el Dr. Herbert
Benson, uno de los pioneros de la Medicina Mente Cuerpo y la Biología de la
Creencia, comparte un fascinante estudio cuyos
resultados demuestran que la mente puede influir en nuestra biología hasta el
punto de modificar la expresión de nuestros genes y alargar el tamaño de
nuestros telómeros.
Este estudio, llevado a cabo en la
Harvard Medical School, reunió a 19 meditadores experimentados y 19 personas
sin experiencia en prácticas mente-cuerpo. De los 20.000 genes que el Proyecto
Genoma Humano estima que poseemos, el grupo no experimentado mostraba la nada
desdeñable cantidad de 2.209 genes con una expresión diferente a la del grupo
experimentado. Estos genes estaban asociados con enfermedades y condiciones
médicas relacionadas con el estrés, incluyendo la deficiencia de respuestas
inmunes, varios tipos de inflamación, envejecimiento prematuro, adelgazamiento
de la corteza cerebral, problemas cardiovasculares y cáncer.
Después de solo 8 semanas de
entrenamiento en diversas prácticas de atención plena durante 20 minutos al
día, el grupo no experimentado cambió la expresión de 433 de estos genes,
acercándose a la expresión génica del grupo de practicantes experimentados. Las
probabilidades de que esto sucediera sin intervención voluntaria habían sido
estimadas de 1 entre 10.000 millones.
Los protocolos del Dr. Benson y su
equipo ofrecen evidencia irrefutable de que las prácticas introspectivas mente-cuerpo
pueden activar el interruptor que enciende y apaga la expresión génica asociada
a salud y enfermedad. La mente puede influir en el cuerpo hasta el punto de
sanarlo.
Además, a medida que avanzamos en
nuestra práctica introspectiva y nos volvemos íntimos con nosotros mismos,
vamos viendo con claridad el sufrimiento que nos causamos. Poco a poco vamos
comprendiendo nuestro dolor y nuestras desviaciones, y emerge en nosotros un
entendimiento natural de las causas que nos han llevado hasta donde estamos.
Cuando vemos nuestros patrones automáticos de comportamiento, nuestros
pensamientos recurrentes, nuestras actitudes incorrectas, nuestras percepciones
distorsionadas, nuestros bloqueos emocionales, nuestras desviaciones
narcisistas y nuestros caprichos neuróticos, nos damos cuenta de que no somos
eso que observamos y encontramos fortaleza interior. Vemos que son simplemente
esquemas automatizados y restrictivos que crean desequilibrio y sufrimiento, y
este conocimiento permite que nuestra capacidad de resiliencia emerja
de forma natural.
La práctica de la atención plena es
fundamental para poder permanecer en contacto con nosotros mismos y conocernos.
Cuanto más atentos estamos a nuestros propios hábitos, más claramente podemos
ver y reconocer qué motivaciones nos hacen sufrir, y cuáles no.
La atención directa a nuestra
experiencia vital presente, el viaje de regreso a la esencia que yace en la
morada interior, nos trae discernimiento, serenidad y equilibrio, autorregulando
nuestra biología en tiempo real.
La práctica de la atención plena es un
camino hacia el autodescubrimiento y el autodesarrollo, una vía de realización
que nos libera de los modelos de pensamiento perniciosos y las conductas
deshonestas, permitiéndonos regresar a un estado de equilibrio natural en
nuestro cuerpo (homeostasis) y en nuestra mente (claridad).
Resumiendo
- Los
genes no controlan nuestra biología. Nuestro comportamiento celular y nuestras
funciones orgánicas dependen de las señales ambientales y de nuestra percepción
de esas señales ambientales.
- Si
percibimos amenaza, nuestras células enferman. En el momento en que cambiamos
de entorno o modificamos la percepción de lo que sucede en el entorno, las
células regresan a su estado original de crecimiento y salud.
- Nuestra
percepción es dominio de la mente, y la forma en que la mente percibe depende
de nuestras creencias, que básicamente son programas alojados en nuestro
inconsciente.
- Los
programas mentales, fijados a través de la repetición y la experiencia, pueden
ser eliminados y/o reprogramados.
- El hábito de la práctica
introspectiva, sostenido con una actitud resiliente, es una de las
mejores formas de reescribir nuestra biología y regresar a un estado de
funcionamiento óptimo en nuestro cuerpo y en nuestra mente.
Jorge Benito