LA CREACIÓN DE LAS FLORES
La Tierra, hace ciento catorce millones
de años, una mañana poco después del amanecer: la primera flor que ha aparecido
en el planeta se abre para recibir los rayos de sol. Antes de este histórico
acontecimiento que anuncia una transformación evolutiva en la vida de las
plantas, el planeta ya ha estado cubierto de vegetación durante millones de
años. Probablemente, aquella primera flor no sobrevivió mucho tiempo, y las
flores seguirían siendo fenómenos raros y aislados, ya que las condiciones
todavía no debían ser favorables para una floración generalizada. Pero un día
se alcanzó un umbral crítico y, de pronto, hubo una explosión de colores y
aromas por todo el planeta… si hubiera habido allí una conciencia capaz de
percibirla.
Mucho tiempo después, esos seres
delicados y fragantes que llamamos flores iban a desempeñar un papel esencial
en la evolución de la conciencia de otra especie. Los humanos se iban a sentir
cada vez más atraídos y fascinados por ellas. A medida que se desarrollaba la
conciencia de los seres humanos, es muy probable que las flores fueran la
primera cosa que valoraron sin que tuviera un propósito utilitario para ellos;
es decir, sin estar relacionada en modo alguno con la supervivencia. Sirvieron
de inspiración a incontables artistas, poetas y místicos. Jesús nos dice que
nos fijemos en las flores y aprendamos de ellas a vivir. Se dice que Buda dio
una vez un “sermón silencioso”, levantando una flor y mirándola. Al cabo de un
rato, uno de los presentes, un monje llamado Mahakasyapa, empezó a sonreír.
Dicen que fue el único que comprendió el sermón. Según la leyenda, aquella
sonrisa (es decir, aquella comprensión) fue transmitida por veintiocho maestros
y, mucho después, dio origen al zen.
La belleza de una flor podía despertar a
los humanos, aunque fuera brevemente, a la belleza que forma parte esencial de
su ser más íntimo, de su verdadera naturaleza. El primer reconocimiento de la
belleza fue uno de los hechos más importantes en la evolución de la conciencia
humana. Los sentimientos de alegría y amor están intrínsecamente relacionados
con ese reconocimiento. Sin que nos diéramos plena cuenta de ellos, las flores
se iban a convertir para nosotros en una expresión de los más elevado, lo más
sagrado y, en última instancia, lo que no tiene forma que hay dentro de
nosotros. Las flores, más efímeras, más etéreas y más delicadas que las plantas
de las que brotan, iban a ser mensajeros de otro reino, un puente entre el
mundo de las formas físicas y el de lo que no tiene forma. No sólo tenían un
aroma delicado y agradable para los humanos, sino que además aportaban una
fragancia del reino del espíritu.
Eckhart Tolle
UN NUEVO MUNDO AHORA
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