“Lo que cura es el afecto: no hay terapia sin
simpatía”
Thomas Emmenegger,, psiquiatra y
emprendedor social. Nacio en Lucerna, Suiza, y vive en Milán. Vive en
pareja y tiene dos hijos. Es jefe de servicio de la Organización
Sociopsiquiátrica del cantón de Ticino, Suiza.
Entrega
Atiende a personas, no enfermedades. Desde sus inicios luchó por
la abolición de las medidas coercitivas (habitaciones de aislamiento, atar a
los pacientes..) y lo ha implementado con éxito en el hospital público suizo
del que es jefe de servicio. En 1996 fundó la empresa cultural y social sin
fines de lucro Olinda en un viejo hospital psiquiátrico de los suburbios de
Milán en la que enfermos mentales y jóvenes del barrio gestionan y trabajan en
su restaurante, bar, catering, albergue, hotel, teatro... Desarrolló proyectos
internacionales de salud pública para la OMS . Ha participado en el V Congrés
Català d’Infermeria de Salut Mental , organizado por la Associació Catalana de
Salut Mental, en el hospital de Sant Pau .
Todos los locos son tristes?
Ni mucho menos. Lo son si están solos.
¿Qué ha entendido?
Que todos somos diferentes incluso en la
enfermedad mental. El diagnóstico no nos dice nada de la persona, para cada
esquizofrénico hay que buscar un camino. La institución psiquiatra se debe
adaptar a la singularidad de la persona.
No es fácil.
Pero es hermoso.
Un psiquiatra suele recetar.
El fármaco es una muleta que ayuda a
contener los síntomas pero no cura. Lo que cura es la relación y el afecto. No
hay terapia sin simpatía.
¿Entre médico y paciente?
Sí, y enfermeros y pacientes. Cuanto peor
está una persona más relación de afecto necesita.
¿Es proporcional?
Un enfermo mental no suele tener sólo un
problema clínico, también tiene un problema social: ha perdido la casa, el
trabajo y se ha peleado con los suyos. Está solo. Es necesario ayudarle a
reconstruir las oportunidades sociales para que pueda reencontrar su camino.
No es práctica habitual entre psiquiatras.
Para quién trabaja en una institución
pública debe ser una práctica cotidiana. Nosotros no tenemos maquinarias
complicadas, sólo tenemos nuestro conocimiento y afecto. Hay que tener una
relación intensiva con los enfermos.
¿Cómo de intensiva?
Hemos calculado que cuando llega una persona
en crisis psiquiátrica la media son dos horas con ella, algo que es muy difícil
desde el punto de vista organizativo pero indispensable si quieres construir
una relación.
Me sorprende usted.
Lo primero es comprender, y para eso tienes
que escuchar, hacer preguntas no estandarizadas, tener paciencia y dar crédito
a la persona. No se trata de controlar, de encerrar, de calmar con fármacos,
sino de establecer una relación.
Póngame un ejemplo.
A un suicida no hay que encerrarlo para que
no lo vuelva a intentar sino estar con él.
¿Y eso cura?
Sí, la dedicación intensiva en los momentos
de crisis allana el camino para poder seguir trabajando con la persona. Sin
embargo, si el primer encuentro se reduce a encerrarlo en espera de que pase la
crisis el seguimiento es muy difícil porque falta la confianza, la relación.
¿Hasta qué punto somos sólo química o somos
algo más?
Antes pensábamos que el cerebro no se puede
regenerar, hoy sabemos que tiene una capacidad transformadora de sí mismo.
Usted es un abanderado en contra de la
sujeción física.
De todas las medidas coercitivas: puertas
cerradas, atar a la gente a la cama y las habitaciones de aislamiento. Llevo
años aplicando mi programa y mi receta en un hospital público: tiempo de
conversación con el paciente, y gracias a eso hemos eliminado esas medidas.
¿Y si la persona es muy agresiva?
Le pondré un ejemplo: la policía nos trae a
un hombre enmanillado con una grave crisis maniaca, agresivo y agitado. Tras
dos complicadas horas de conversación consigo entender que se ha dejado la
puerta de casa abierta.
Y eso le preocupa y le altera.
Le acompañamos a su casa con la condición de
que vuelva y acceda a tomarse los fármacos en lugar de inyectárselos a la
fuerza.
Necesita personal muy especializado.
Necesito personal motivado. Y sale rentable.
¿Y pasada la crisis?
Tenemos un programa personalizado dentro y
fuera del hospital. Hemos creado un equipo que visita a los enfermos en su
casa, a algunos dos veces al día. Hay que ayudarles en el plano social porque
la soledad es terrible. No los puedes abandonar, si lo haces volverán al
principio.
Ha creado usted una ONG en un antiguo
hospital que les da trabajo.
Es un proyecto que inicié hace veinte años
en el antiguo hospital psiquiátrico de Milán que hemos transformado en un
espacio para la ciudad. La antigua cocina es hoy un teatro, la capilla ardiente
un restaurante, el convento un hostal.
¿Se puede comer, dormir, ver teatro…?
Sí, y se puede encontrar trabajo y amigos.
Realizamos multitud de proyectos: con 40 pacientes y abuelas del barrio hacemos
pasta fresca que vendemos a restaurantes; catering, un laboratorio de teatro
con jóvenes del barrio y pacientes que les ayuda a descubrir sus talentos y
donde se hablan quince lenguas diferentes.
¿Y eso?
Es la composición de la periferia urbana de
Milán: asiáticos, africanos, latinoamericanos... Nuestras obras son tan famosas
como nuestras pizzas, la gente viene y paga por ello. Trabajamos con productos
de mucha calidad y lo hacemos muy bien. Somos un proyecto sostenible.
¿El poder de la determinación?
Debemos creer en nuestra capacidad
transformadora, no sólo somos objetos del destino, podemos contribuir
activamente en hacer un pedacito de historia, aunque sea homeopático.
¿Es duro trabajar con enajenados?
Es una fuente de enorme riqueza. Los límites
de la normalidad los definen miedos y prejuicios, pero ese confín se puede
ensanchar y en esa frontera hay autenticidad.
¿En qué cree usted?
Todos tenemos una capacidad emancipadora
dentro, hay que descubrirla y hacerla emerger.
IMA
SANCHÍS
www.lavanguardia.com
Foto:
Xavier Cervera
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