Es como si la constante lucha entre patógenos y el sistema inmune tuviera la fuerza para dictar nuestra personalidad.
La unión
entre mente y cuerpo no es una idea tan descabellada, principalmente desde que
los últimos estudios han demostrado que inclusive el
microbioma es capaz de influencia el estado de ánimo –y por tanto, la conducta– o que la mente
tiene el poder de producir o curar enfermedades psicosomáticas.
Sin
embargo, el mundo científico y médico aún se encuentra renuente a creer, del
todo, en este fenómeno que numerosas personas han identificado desde sus
propias experiencias. Quizá por esta razón se han dedicado a realizar con mayor
frecuencia estudios al respecto. Como lo fue el equipo de investigación de la Universidad
de Virginia School of Medicine, en EE.UU., quien encontró que al suprimir una molécula del sistema inmunológico en
ratones, cambian tanto la conducta como la interacción social de los
animales.
¿Es
posible que el sistema inmunológico pueda jugar un rol importante en
condiciones como el autismo o la esquizofrenia? Esta fue una pregunta
base de los investigadores de este estudio, quienes encontraron una
respuesta afirmativa. Bastaría, según ellos, cambiar la manera en que el sistema inmune reacciona
ante ciertos patógenos para cambiar la conducta antisocial.
Jonathan
Kipnis, líder de la investigación, explica que aunque suene loco, quizá sólo se necesite “controlar” la molécula
interferón gamma en el sistema inmune para que la personalidad sea “normal”. Es como
si la constante lucha entre patógenos y el sistema inmune tuviera la
fuerza para dictar nuestra personalidad.
Interferón
gamma comienza a activarse cuando el cuerpo entra en contacto con un patógeno,
como un virus o una bacteria, provocando una respuesta adaptativa para combatir el germen que
está impactando negativamente. Esto se logra gracias a que los vasos meníngeos crean un puente
directo entre el cerebro y el sistema linfático –y así con el sistema
inmunológico–: “Se pensaba que el cerebro y el sistema inmunológico trabajaban
de manera independiente, y que cualquier actividad inmune en el cerebro era un
signo de alguna patología. Pero ahora, que se sabe que interactúan
cercanamente, podemos creer
que algunos rasgos comportamentales puedan evolucionar por la reacción del sistema
inmunológico ante los patógenos.”
Esto
podría ayudar a comprender los factores biológicos de la depresión, autismo y
esquizofrenia:
La relación entre las personas y los
patógenos, sugieren los investigadores, podría afectar el desarrollo de nuestra
conducta social, considerando que las interacciones sociales son necesarias para la supervivencia de la
especie y necesitamos desarrollar maneras para que nuestro sistema inmunológico nos proteja de enfermedades que
acompañan estas interacciones.
Para
llegar a esta conclusión, los investigadores suprimieron el interferón gama en
ratones, moscas, ratas y pez-cebra. En todas las especies hubo evidencia que esta molécula era esencial para la interacción social
normal.
Encontraron que al bloquear la molécula en los ratones, causaban una sobreactivación cerebral y, en consecuencia, un menor
deseo de interactuar con otros. Pero al restaurar la molécula, también regresaba el cerebro a sus
actividades sociales regulares, lo cual demostró la inevitable relación entre
el sistema inmunológico y la conducta –al menos en ratones–.
Kipnis
concluyó que las moléculas
inmunes están realmente definiendo el funcionamiento cerebral; pero quizá, la siguiente pregunta sea
el impacto del sistema inmunológico en el desarrollo y funcionamiento del
cerebro: “Pienso que los aspectos filosóficos en este trabajo son interesantes,
pero también que el sistema inmunológico puede tener implicaciones clínicas.”
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