“El corazón
humano pide ayuda a gritos, el alma humana nos implora ser liberada pero no
escuchamos su llanto, porque ya no somos capaces ni de oír ni de comprender”. Khalil Gibran
por Jacques Martel
Los principales síntomas de la depresión son la pérdida de interés y de
placer en las actividades habituales, un sentimiento de desesperación o de
abatimiento asociado a la fatiga o a una disminución de energía, menor
capacidad de concentración, indiferencia, desinterés, desánimo, repliegue sobre
sí mismo y rumiación mental. Por lo general, el individuo que la padece no
quiere pedir ayuda; prefiere que los demás sean quienes cambien. Duerme mal,
incluso con la ayuda de somníferos. Habla poco
y tiene tendencia a huir del mundo. Con frecuencia se confunde la depresión con
el agotamiento.
La
depresión es el medio que una persona utiliza para no sentir presión, sobre
todo afectiva. No puede más; ha llegado a su límite. La persona con tendencias
depresivas tiene conflictos pendientes de resolver con su progenitor del género
contrario. Esto explica que
muy a menudo ataque a su cónyuge, en quien establece la transferencia. Lo que
esta persona hace sentir a su pareja es lo que hubiera querido hacerle a su
padre o a su madre, pero se contuvo. Al rechazar
ayuda, la persona depresiva continúa alimentando su rencor o su ira hacia ese
padre o esa madre, y se hunde en su dolor.
La gravedad del estado depresivo refleja la intensidad con la que se vivió
la herida siendo niño. Las heridas pueden ser las siguientes: rechazo,
abandono, humillación, traición o injusticia. Para ocasionar un desequilibrio
mental tan grande como la depresión y la psicosis maníaco-depresiva, el dolor
tuvo que ser vivido en aislamiento. Esta persona no tuvo con quien hablar en su
infancia, alguien que escuchara sus preguntas y sus angustias. Tampoco aprendió
a confiar en los demás, bloqueó sus deseos y se replegó finalmente sobre sí
misma, mientras aumentaba su sentimiento de rencor o de ira.
En general, la persona depresiva no quiere ayudarse ni pedir ayuda, por lo
que quienes la rodean son los que intentan resolver su problema. Si eres uno de
ellos, te sugiero que seas muy firme con ella y le digas que nadie en el mundo
puede sacarla adelante de manera definitiva, excepto ella misma. Lo más
importante es que acepte que su estado depresivo le ocasionó el gran dolor que
sufrió su SER en la infancia. Rechaza lo
que ES. La herida más común es el rechazo o el miedo a ser rechazada. Esta
persona debe admitir que aún cuando haya sido rechazada en la niñez, ello no
quiere decir necesariamente que su padre o su madre no la quisieran. El padre que rechaza a su hijo seguramente fue
rechazado cuando era niño y todavía se rechaza a sí mismo. Sentir compasión por ese padre y perdonarlo es el inicio del camino hacia
la cura. Después, la etapa más
importante es perdonarse a sí mismo por haber querido tanto a ese padre. A
continuación, lo único que resta es expresarle a ese padre lo que sintió sin
ninguna acusación de por medio.
Es muy humano albergar rencor o ira cuando se es niño y se sufre
intensamente el aislamiento. Por otro lado, sugiero que esta persona tome la
decisión de reconocer su propio valor. Si le resulta difícil, puede pedir a
quienes le conocen bien que le digan lo que ven en ella. Por otro lado, si la
persona depresiva tiene ideas suicidas, sucede que alguna cosa en ella quiere
morir para poder dejar lugar a lo nuevo. Confunde la parte de ella que quiere
morir con ella misma.
La
depresión implica una profunda tristeza interior, una acumulación de emociones
inhibidas provocando un conflicto entre el cuerpo y la mente.
Esta
enfermedad está conectada con un suceso señalado de mi vida. La depresión se
traduce por desvalorización y culpabilidad que me corroen por dentro. Si soy
depresivo, me siento miserable, menos que nada. Vivo en el pasado
constantemente y tengo dificultad en salir de él. El presente y el porvenir no existen. Es importante
efectuar un cambio ahora en mi modo de ver las cosas porque ya no es como
antes.
La depresión frecuentemente es una etapa decisiva en mi vida (por ejemplo:
la adolescencia) porque me obliga a volver a cuestionarme. Quiero a toda costa
tener una vida diferente. Estoy trastornado entre mis ideales (mis sueños) y lo
real (lo que sucede), entre lo que soy y lo que quiero ser. Es un desequilibrio
interior (quizás químico y hormonal) y mi individualidad es irreconocible. Me
siento limitado en mi espacio y voy perdiendo despacio el sabor de vivir, la
esencia de mi existencia. Me siento inútil. En otras palabras, la depresión
tiene en su origen una situación que vivo frente a mi territorio, es decir lo
que pertenece a mi espacio vital, sean personas (mis padres, mis hijos, mis
amigos, etc.) animales (mi perro, mis peces, etc.) o cosas ( mi trabajo, mi
casa, mis muebles, etc.). El conflicto que vivo puede estar vinculado a un
elemento de mi territorio que tengo miedo de perder: a una pelea que tiene
lugar en mi territorio y que me molesta (por ejemplo: las peleas entre hermanos
y hermanas). He aquí expresiones que revelan cómo me puedo sentir: “Me
ahogas!”, “Me chupas el aire!”; “Aire!”. A veces también, siento dificultad en
delimitar o marcar mi espacio, mi territorio: ¿Qué es lo que me pertenece en
exclusividad y qué es lo que pertenece a los demás? Las personas depresivas
frecuentemente son permeables a su entorno. Siento todo lo que sucede alrededor
de mí y esto incrementa mi sensibilidad, de aquí un sentimiento de limitación y
la impresión de estar invadido por mi entorno. Así, abandono porque encuentro
la carga demasiado pesada, ya no tengo el gusto de vivir y me siento culpable
de ser lo que soy. Incluso puedo tener tendencia a la auto – destrucción.
También puedo tener “necesidad
de atención” para ayudarme a valorarme; la depresión se vuelve en este momento, un medio inconsciente para
“manipular” mi entorno. La risa ya no forma parte de mi vida. Poco importa la
razón, compruebo ahora la causa o las causas subyacentes de mi estado
depresivo. ¿Viví yo una presión de joven? ¿Cuáles son los acontecimientos señalados vividos en mi infancia que hacen
que mi vida parezca tan insignificante? ¿Es la pérdida de un ser amado, mi
razón de vivir o la dirección de mi vida que ya no consigo ver?
Huir de la realidad y de mis responsabilidades no sirve de nada (por
ejemplo: suicidio) por más que esto parezca ser el camino más fácil. Es
importante constatar las responsabilidades de mi vida porque necesitaré otra
cosa que antidepresivos para hacer
desaparecer la depresión: debo ir a la causa. A partir de ahora, comprendo que soy un ser único. Tengo valores
interiores excepcionales. Puedo retomar el control de mí – mismo y de mi vida.
Tengo elección de “soltar” o de “luchar”. Tengo todo lo necesario para cambiar
mi destino. Responsabilizándome adquiero más libertad y mis esfuerzos están
recompensados.
En vez de
poner mi atención en “todo lo que no va en mi vida”, tengo interés en dar las
GRACIAS por lo que tengo. Debo asumir, hacer proyectos y aceptar que tengo todo el potencial para
alcanzar todos los objetivos que me fijo. La alegría y la felicidad podrán
entonces tomar aún mucho sitio en mi vida.
DEPRESIÓN Y
MANÍA
Conflicto: Depresión (hemisferio derecho) = Conflicto frente al territorio.
La pérdida de espacio o la imposibilidad de reproducirme, esto representa la
muerte. Fase maníaca (hemisferio izquierdo) = Conflicto con la identidad
(delirios de grandeza). Puede haber constelación entre las dos. Las peleas en
mi territorio (como podrían ser peleas entre hermanos o en la oficina) por la
necesidad de delimitar mi espacio, pueden llevar a un bio o psicoshock que
traiga consigo la pérdida del incentivo de vivir.
La depresión se vuelve una solución para manipular mi entorno: Huir de la realidad y de mis responsabilidades puede llevarme a pensar en
el suicidio. Ejemplo: Un
paciente que se quiere suicidar porque el hijo de la pareja con la que vive es
un impresentable. Quiere que se vaya de casa y su padre no le quiere. Se
deprime e intenta suicidarse. Vemos que es un conflicto de territorio y que no
lo acepto y lo quiero cambiar, pretendiendo que cambien los otros. En la fase
maníaca, la agresividad que se puede mostrar, puede ser hacia uno mismo
(autoagresión) o hacia los demás. Esta puede
ser debida a una pérdida de identidad o a una falta de reconocimiento del
grupo. Todos ellos pueden ser vividos como una contrariedad en el territorio.
Sentido biológico: Mantener el territorio y el espacio.
LA ANGUSTIA está caracterizada por un estado de
desorientación psíquica en la cual tengo el sentimiento de estar limitado y
restringido en mi espacio y sobre todo ahogado en mis deseos. Siento mi espacio
limitado por fronteras que, en realidad, no existen. “Estoy cogido” o “Me siento cogido en una trampa”. Estoy de acuerdo con el hecho que la gente invade mi espacio psíquico y
esto se manifiesta en mí por una especie de aprieto interior.
Dejo entonces de lado mis necesidades personales para complacer primero a
los demás para atraer el amor que necesito (aunque haya otros modos de
hacerlo). El aprieto me lleva generalmente a ampliar mis emociones y mi
emotividad general en detrimento de un equilibrio adecuado. Ya que vivo en la niebla, la confianza en mí se tambalea, la desesperación y la
gana de ya no luchar más se instalan. ¿Cuál puede ser la situación en que me sentí apretado cuando era joven de
tal modo que reproduzco aún fielmente hoy este patrón de conducta? (observemos
que angustia y claustrofobia son sinónimos por la palabra aprieto.). Es natural
por mi cuerpo para colmar mis necesidades psíquicas fundamentales: la necesidad
de aire para vivir y respirar, el espacio entre mí y las demás personas, la
libertad de decidir y discernir lo que es bueno para mí.
Si, a partir de ahora, contesto a mis esperas frente a la vida en primer
lugar, hay muchas probabilidades para que deje las de los demás en su sitio:
así, estoy más seguro de estar de acuerdo con ellos! Y sin violar su espacio[1]
porque debo recordar que si me siento ahogado, es porque ahogo conscientemente
o no a la gente alrededor mío. Se manifiesta la angustia también como una
espera inquieta y opresiva, aprensión de “algo” que podría ocurrir, con una
tensión difusa, espantosa y generalmente sin nombre. Puede estar vinculada a una amenaza concreta angustiosa (tal como la
muerte, catástrofe personal, sanción).
Se trata más de un miedo, generalmente vinculado a nada que sea
inmediatamente perceptible o se pueda expresar. Por esto las fuentes profundas
de la angustia se encuentran frecuentemente en el niño que fui y se vinculan
generalmente con el miedo al abandono, a perder el amor de un ser querido y al
sufrimiento. Cuando me encuentro en una situación similar, la angustia vuelve a
aflorar. Cada vez que uno de estos miedos reaparece o que se vive una situación
imaginaria o realista, esto está captado por mi inconsciente como una señal de
alarma: hay peligro! la angustia reaparece aún más fuerte. Cuando soy niño, la angustia se manifiesta frecuentemente por el miedo a la
oscuridad y una tendencia a vivir una vida solitaria. A partir de ahora, uso de discernimiento, valor
y confianza en la vida para respetarme y dejar ir a los demás a su espacio sin
pesar, y borro de mi vida cualquier remordimiento. Así veré “más claro” y
adelantaré en la vida con mucho más lucidez.
ANSIEDAD,
la otra cara de la depresión. Depresión y ansiedad, distintas manifestaciones
de la misma enfermedad. Pensamientos y creencias negativas. Se tiende a proyectar la mente en
el futuro, lo que no nos permite vivir el presente. La preocupación y el
sufrimiento psicológico, es un camino directo a la enfermedad. La fiebre de la prisa, aumenta la ansiedad.
La ansiedad es un temor sin motivo. La persona que la padece vive en la
dolorosa espera de un peligro impreciso e imprevisible.
La ansiedad
tiene como efecto en la persona que la sufre el bloqueo de la capacidad de
vivir el momento presente. Se preocupa sin cesar. Habla mucho de su pasado, de lo que aprendió,
vivió, o de lo que le sucedió a otro. Esta persona tiene una imaginación fértil
y pasa mucho tiempo imaginando cosas que ni siquiera es probable que ocurran.
Se mantiene al acecho de señales que prueben que tiene razón para preocuparse.
Tan pronto
como sientas que entras en una crisis de ansiedad, toma consciencia de que es
tu imaginación la que toma el poder, la que te impide disfrutar el momento
presente. Decídete a no tener que
demostrar nada. Sé tú mismo, con tus errores y cualidades, como todo el
mundo. Déjate ir ante lo desconocido, confinado
en que tu intuición sabrá guiarte si le das la oportunidad. También puede
resultarte benéfico confiar más en las personas que te rodean. Permíteles
ayudarte a su manera.
Jacques Martel
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